treinta y tres

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Xia, 2022

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Xia, 2022

El viento húmedo y frío de finales de diciembre me golpeó la cara cuando abrí la puerta y me encontré con el rostro de Kavan, que me observó de arriba abajo antes de componer esa sonrisa torcida que, con el paso de los meses, había comenzado a adorar.

Parpadeé un par de veces, sin creerme lo que estaba viendo.

—¿Qué haces aquí? —pregunté a modo de saludo, con el ceño fruncido por la incredulidad—. Se supone que hemos quedado a la nueve y, por si no te has dado cuenta, son las seis.

Se frotó las manos antes de rascarse la nuca, en un gesto ausente que no se me pasó por alto.

—Asegurarme de que no estás nerviosa por lo de esta noche —acabó respondiendo, tras unos segundos de silencio en los que llegué a plantearme si de verdad él tenía idea de por qué se encontraba enfrente de mí, en el porche de la casa de mi abuelo, o si simplemente había dejado que sus pasos le condujeran hasta allí—. ¿Vas a dejarme pasar o no? Porque, por si no te has dado cuenta, estoy a minutos escasos de morir de una hipotermia.

Enarqué una ceja antes de echarme hacia un lado, dejándole espacio más que suficiente para que entrara y se quitase el enorme chaquetón que se había puesto, cubierto de la nieve que no había dejado de caer en ningún momento desde que había llegado a Saint Julien, hacía menos de dos horas. Después de hacerlo, y de colgarlo en el perchero que había en el recibidor, se inclinó para darme un beso fugaz.

—¿De verdad has venido para asegurarte de que no estoy nerviosa? —repetí con lentitud—. Porque lo cierto es que pareces mucho más agitado que yo. Lo cual es gracioso, teniendo en cuenta que la intrusa soy yo.

Sin dejar de sonreír, se tomó la libertad que yo no le había cedido —aunque lo cierto era que tampoco hacía falta— y se asomó a la puerta del salón para saludar a mi abuelo. Como en tantas otras ocasiones, se había sentado enfrente de la chimenea, observando con muchísimo interés la manera en la que las llamas chisporroteaban y hacían que los troncos de madera chasqueasen, formando un sonido que si bien a mí me ponía de los nervios, a él parecía relajarle.

—No eres una intrusa, piraña —me regañó en voz baja, dándome un golpecito infantil en la nariz antes de girarse hacia él—. Buenas tardes, señor Peng. ¿Me has echado de menos desde nuestra última conversación? Porque yo a ti sí. Y mucho, he de decir.

Puso los ojos en blanco antes de levantarse de la butaca y acercarse a donde estábamos para palmearle el pecho con total confianza. Kavan, que se lo tomó como la señal perfecta para profundizar el saludo, le rodeó entre sus brazos y le dio un abrazo fuerte que a cualquier otra persona le habría arrancado el oxígeno de los pulmones al completo.

Mi abuelo, en cambio, ni se inmutó.

—¿Has venido a secuestrar a mi nieta? —fue lo primero que soltó, recolocándose las nuevas gafas que se había comprado. Desde las que le habíamos regalado aquel día que fuimos al mercadillo, se había hecho con un par más. Según él, le daban aire de intelectual y hacían que se le viera la cara menos hinchada de lo normal—. Porque lo cierto es que me vendría bastante bien.

Tréboles para KavanWhere stories live. Discover now