veinticinco

1.5K 94 143
                                    

Me quedé atónita cuando Kavan me tomó de la mano y depositó las llaves de su coche deportivo en mi palma, con tanto cuidado que rozaba lo cómico y lo excesivo

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Me quedé atónita cuando Kavan me tomó de la mano y depositó las llaves de su coche deportivo en mi palma, con tanto cuidado que rozaba lo cómico y lo excesivo.

—¿Vas a dejarme conducir? —pregunté boquiabierta, sin terminar de creérmelo. Daba igual que hubiese cerrado los dedos sobre el llavero y lo notara clavándoseme en las palmas; me parecía surrealista que me estuviese dando esa oportunidad, sobre todo teniendo en cuenta lo posesivo que era con aquel vehículo despampanante—. ¿Estás enfermo?

Cruzó los brazos sobre el pecho y se irguió sobre mí, tan imponente que me habría puesto nerviosa si no fuese porque le conocía y sabía que no haría nada que yo no quisiera. Aun así, se me aceleró el corazón al notar cómo aprovechaba que estaba apoyada contra la puerta del automóvil para apretarme contra él y cómo su cuerpo rozaba el mío en todos aquellos puntos que le anhelaba.

—Tómalo como el privilegio que es y no protestes —susurró con voz grave antes de inclinarse hacia mi oreja para apartarme un mechón de cabello del cuelo. La lentitud del movimiento, unida a la ventisca que se había levantado, me hicieron tiritar—. No te perdonaré ni un solo rasguño, que quede claro. Estaré vigilándote en todo momento por si acaso.

Le aparté de un empujoncito y me metí dentro. Una vez tomó asiento, se agachó para ponerme bien el cinturón, a pesar de que no hiciera falta y que protestase por aquel gesto; sin embargo, aunque por fuera me mostré algo molesta, por dentro no pude evitar pensar que había algo reconfortantemente familiar en todo aquello.

Haber planeado todo aquel viaje por carretera, ya que nos habíamos negado a comprar un vuelo que nos llevase a una ciudad cercana a Saint Julien; haber hecho la maleta en su casa, tomando la ropa que había ido dejando allí a lo largo de las últimas semanas; habernos entretenido tanto por la mañana, incapaces de dejar de abrazarnos y de disfrutar del calor de nuestras pieles; haber preparado el desayuno juntos, dándonos golpes de cadera a propósito para sacarnos de quicio...

Se había sentido demasiado real, demasiado serio, demasiado...

Demasiado poco ficticio.

Y lo peor era que cada vez que pensaba en todo aquello, en la manera en que nuestra relación había evolucionado tanto en un par de meses, se me dibujaba una sonrisa estúpida en la cara que no podía controlar.

—Nada de vigilarme, ni de meterme mano ni de provocarme —le amenacé a la vez que le señalaba con un dedo—. Me vas a poner nerviosa y acabaremos dando vueltas de campana en una carretera de mala muerte.

Me miró como si la idea le resultase tentadora, pero no dijo nada más.

Nos peleamos por ver quién ponía música, y si gané fue más que nada porque acabó rindiéndose entre risas. Sin pensármelo dos veces, puse mi playlist de confianza —que duraba seis horas y estaba compuesta por mis canciones favoritas de un grupo coreano llamado NCT— y me dediqué la primera hora de viaje a tamborilear sobre el volante con los dedos y tararear las canciones por lo bajo.

Tréboles para KavanWhere stories live. Discover now