once

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Xia, 2022

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Xia, 2022

El tiempo que hacía aquel día —tormentoso, nublado y frío— reflejaba de manera exacta cómo me sentía por dentro.

Por si fuera poco, no solo tenía que aguantar los nervios de todos los trabajadores, que no dejaban de corretear histéricos de un lado para otro, asegurándose de que el material estaba a salvo de la lluvia torrencial que caía del cielo; también debía soportar las quejas de Ophelia, que no había dejado de refunfuñar entre dientes desde que le habían comunicado que no cambiarían mi vestuario y que tendría que seguir llevando el mismo corsé que, según ella, me quedaba tan mal.

En otro momento, habría protestado y le habría dicho que se estaba pasando de la raya, que había otros problemas de los que preocuparse y que se dejara de dramas; sin embargo, estaba de tan mal humor que me limité a ignorarla, reclinada en una de las sillas que habían colocado bajo una de las numerosas carpas desplegadas por todo el espacio, únicamente concentrada en la música que resonaba en mis cascos y que había puesto a todo volumen para ignorar lo que había a mi alrededor.

Kavan se encontraba justo a mi derecha, entretenido en deslizar el pulgar por la pantalla del teléfono. Contra todo pronóstico, no habíamos intercambiado ni una sola palabra en lo que llevábamos de día, más que nada porque yo misma me había encargado de mantener la distancias por todo lo que había sucedido la noche anterior.

Para mi sorpresa, él no había insistido, como ya era costumbre, ni había hecho todo lo posible para sacarme de mis casillas; en cuanto se había dado cuenta de que no parecía por la labor de hablar y de agradecerle por traerme el desayuno una mañana más, se había marchado, con las manos metidas dentro de los bolsillos de su pantalón de chándal.

Era más que consciente de que me estaba comportando de manera bastante infantil, huyendo de la situación en lugar de enfrentarme a ella como debería, pero no me importaba. La situación se me estaba yendo demasiado de las manos y eso no me gustaba ni un poco; daba igual lo mucho que intentase evitarlo, que tratara de evitar las garras de Kavan. Estas parecían afianzarse más y más alrededor de mi cuello a cada segundo que pasaba.

Y eso me daba tanto miedo que apenas había podido dormir, por haberme pasado horas dándole vueltas a la cabeza, repitiendo en mi mente todo lo que había ocurrido en la piscina. Porque ese era el problema, que no podía no pensar en la manera en la que me había comido con la mirada al quitarme la ropa y quedarme en bikini, observándome con hambre y haciéndome sentir deseada; la manera en la que yo también había sucumbido y me había recreado en su cuerpo bien trabajado y tatuado; la manera en la que le había había hablado de ciertos aspectos de mi pasado con una facilidad pasmosa; la manera en la que me había costado no tiritar cuando me acarició la tinta de entre mis pechos antes de tomarme de la barbilla y obligarme a mirarle a los ojos.

Y, por supuesto, tampoco había sido capaz de quitarme de la cabeza la manera en la que algo había temblado en mi interior cuando remarcó lo mucho que le gustaba mi risa. Había empezado siendo un temblor leve, nada de lo que preocuparse, pero cuando nuestras miradas se entrelazaron, cuando sus caricias me robaron el aliento... La magnitud del seísmo se intensificó tantísimo que me había visto obligada a salir casi corriendo para que no notase lo que sus palabras habían causado dentro de mí.

Tréboles para KavanWhere stories live. Discover now