cinco

2.1K 133 179
                                    

Xia, 2022

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Xia, 2022

Llevaba durmiendo apenas dos horas cuando escuché cómo alguien llamaba a la puerta de mi habitación.

Busqué a toda prisa el camisón que había escondido bajo la almohada y me lo puse en un segundo, tiritando al notar la tela fría y suave contra mi piel caliente. No me importaba si hacía un frío espantoso o un calor agobiante; era incapaz de dormir con algo más que ropa interior. Cualquier otra prenda, por muy ligera y transpirable que fuese, me incomodaba y me hacía sentir atrapada. Asfixiada.

—¿Qué quieres ahora? —gruñí de malas maneras al abrir la puerta y encontrarme con Kavan, que me miró de arriba abajo de una manera muy poco disimulada. Cuando sus ojos se toparon con los míos, carraspeé para aclararme la garganta, ya sin paciencia, y añadí—: ¿Piensas venir todas las mañanas a traerme el desayuno? ¿De verdad?

No se me había pasado por alto la bolsa de papel que colgaba de una de sus manos, como el día anterior, ni el olor a café dulce que provenía de ella y que me hizo salivar casi de inmediato. No ayudaba en absoluto el hecho de que no me hubiera llevado nada al estómago la noche anterior, demasiado alterada por la reunión que habíamos tenido con el director —y las posteriores reprimendas de Ophelia, que se había cebado conmigo por mensaje— como para poder comer algo; estaba tan hambrienta que tuve que controlarme para no abalanzarme sobre él y arrebatarle la comida.

—Ese es el plan, sí —asintió como si nada, ladeando la cabeza y observándome con una curiosidad que no me gustó ni un poco. Antes de que continuara hablando, sabía que lo siguiente que se escaparía de su garganta me sacaría aún más de quicio—. ¿Hoy también has dormido mal? Tienes una cara espantosa.

Y, por supuesto, no me equivocaba. Tantas provocaciones, tantos comentarios lanzados al aire, tantas miraditas furtivas y sonrisas lobunas me habían demostrado que, si había algo que a Kavan se le daba maravillosamente (sin contar, por supuesto, el fútbol), era tocar los cojones.

—No es de tu incumbencia —espeté a la vez que estiraba la mano que tenía libre y trataba de arrancarle la bolsa de las manos. Al contrario que la anterior mañana, vio venir mis intenciones y se apartó antes de que pudiese siquiera rozarla—. No pretenderás que te dé las gracias cuando estás haciendo todo esto en contra de mi voluntad, ¿no?

—Eso es exactamente lo que pretendo, sí —se burló antes de soltar una risotada grave que me erizó la piel.

—Pues sigue esperando. —Me encogí de hombros, fingiendo que no me interesaba lo que había comprado aun cuando, en el fondo, me preguntaba si habría optado por lo mismo o habría vuelto a pedirle consejo a Eleonor—. Prefiero morirme de hambre a aceptar cualquier cosa de ti.

Para mi sorpresa, en lugar de fruncir el ceño y arrugar la nariz, tal y como hacía cuando hería su gigantesco eco, sonrió aún más.

—Por eso casi me has hecho un placaje para quitarme la bolsa, ¿no? —rebatió, sin disimular la diversión más que latente en su voz. Su mirada, de un chocolate tan profundo que parecía negro, centelleó—. Bueno, tú te lo pierdes. Ya me comeré yo la tarta de chocolate y me beberé el affogato, no hay ningún problema.

Tréboles para KavanWhere stories live. Discover now