nueve

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Xia, 2022

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Xia, 2022

Había perdido la cuenta de los minutos que llevaba mirándome en el espejo, repugnada por el reflejo que este me devolvía.

A mi pesar, tenía que admitir que Ophelia no mentía cuando se quejaba de que mi aspecto daba verdadera pena. No había color en mis mejillas ni en mis labios que me hiciese parecer viva, solo el tono ligeramente grisáceo cetrino de las ojeras que decoraban mis ojos hinchados; el pelo, además de caérseme muchísimo por el estrés, había perdido su brillo característico; y, por si eso no fuera suficiente, los moratones que me había hecho en los brazos, de tanto clavarme las uñas y pellizcarme para no sucumbir a la ansiedad, eran de un verde tan feo y evidente que solo podía camuflarse con maquillaje.

No era lo que debía esperarse de una actriz, y mucho menos de una que tenía que empezar de cero y ganarse una reputación poco a poco.

Aquella fue la primera mañana desde que había llegado a Luxemburgo que Kavan no me despertó para traerme el desayuno, más que nada porque me había pasado toda la noche mirando al techo y dándole vueltas a la cabeza, replanteándome si merecía la pena sacrificar mi bienestar solo por conseguir mis sueños, abandonar mi país natal —y cuya industria cinematográfica no solo me había abierto los brazos, sino que valoraba todos mis esfuerzos y mis trabajos— y tener que convivir, día tras día, con un nudo en el estómago y en la garganta que no parecían querer desaparecer por mucho que intentara deshacerlos con uñas y dientes.

Como era obvio, me había resultado imposible pegar ojo.

Antes de que llamase a la puerta y tuviera que poner mi mejor cara, o al menos una que no fuera demasiado esclarecedora y le demostrase que estaba pasando por una mala racha que no parecía querer despegarse de mi piel, me dediqué un poco de tiempo a mí misma y me di una ducha larga, ignorando lo sonrosado que se me puso el cuerpo por la temperatura alta a la que puse el agua. Era justo lo que necesitaba para destensar los músculos agarrotados de la espalda.

Ignoré el modelito estúpido y cursi que Ophelia me había pedido para aquella mañana (una falda diminuta de volantes y una blusa transparente que me hizo tiritar con solo verla), y me puse algo menos revelador y más cómodo. Por una vez, no me importaba encontrármela y que hiciese algún comentario sobre los pantalones cortos y el jersey ancho que había elegido; prefería sus críticas, el veneno en su voz y en su mirada afilada, a mostrarme tan expuesta, con miedo a que el corrector fuese incapaz de camuflar las magulladuras.

Después de esperar a que la crema se absorbiese y vestirme, encendí el móvil por primera vez en casi veinticuatros horas y resoplé, agobiada, al ver todos los mensajes que había recibido de Skylar y Eleonor, ambas preocupadas porque llevaba un día sin dar señales de vida. No las culpaba; aquello era muy raro en mí, sobre todo teniendo en cuenta que me pasaba horas y horas en las redes sociales, subiendo publicaciones y respondiendo a algunos fanáticos que me preguntaban si podía darles algún spoiler sobre mis próximos proyectos.

Tréboles para KavanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora