treinta y dos

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Kavan, 2022

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Kavan, 2022

Por primera vez en siete años, sentía que el espíritu de la Navidad estaba vivo.

Sí, era consciente de que aún faltaban cuatro días para le fecha como tal, y que mi victoria en un partido amistoso no era nada comparable con aquellos festejos. Aun así, hacía tanto tiempo desde que diciembre no me hacía ilusión que todo aquello se me hacía, cuanto menos, sorprendente y apabullante.

Aquel mes era, junto a agosto, el que me resultaba más difícil. Me ponía irascible sin ningún motivo, me distanciaba de los demás sin dar siquiera explicaciones y los días me parecían más duros justo porque me recordaban a mi madre. No solo porque celebraba su cumpleaños un par de días antes de fin de año, sino porque aquella era su festividad favorita.

Aún recordaba la forma en la que decoraba cada rincón de nuestro hogar con mimo y dedicación, las horas que se pasaba encerrada en la cocina para que todo saliese como ella quería y las risotadas que soltaba cuando la madre de Eleonor y ella se pasaban con el alcohol y tenían que disimular delante de nosotros para no ser malas influencias.

Los primeros años después de que falleciese habían sido fechas muy duras, porque era como si se hubiese llevado al alegría y la vida de la Navidad junto a la suya. Por supuesto, tampoco ayudaba que papá se hubiera refugiado tanto en sí mismo que todo se hubiera tornado en algo incluso más incómodo y doloroso.

En cierto modo, entendía que lo hubiese pasado tan mal, ya que no podía siquiera imaginarme lo duro que tenía que ser perder al amor de tu vida, a aquella persona que te lo había dado absolutamente todo sin pedir nada a cambio, a quien te había querido con tus virtudes y tus defectos; sin embargo, eso no hacía que compartiera su manera de ver la vida o que le hubiese perdonado por la manera en la que habíamos dejado de ser su prioridad, tan cegado por el dolor que no era capaz de ver más allá.

Mi odio por la Navidad había cambiado, en gran parte, por los Riviere. Desde que mis hermanos y yo habíamos vuelto a Saint Julien, nos habían invitado en cada ocasión a pasar aquellos días con ellos y celebrarlos como cuando éramos pequeños. Lo mejor era que no intentaban obviar la ausencia de mamá ni fingir que no había pasado nada, como sí hacía papá. Al contrario; habían retomado muchas de las costumbres que llevábamos a cabo en el pasado solo para que la sintiéramos más cerca que nunca.

—¿Por qué estás tan callado? —se interesó Xia, mirándome de reojo mientras buscaba un hueco en el aparcamiento. Como estábamos en temporada alta y los turistas habían venido a pasar los días en Saint-Germain en Laye, que se encontraba al lado de París y era mucho más barata, tardó bastante más de lo normal—. Desde que nos hemos despedido de tu familia, has hablado muy poco.

Que incluyese a Eleonor y a Lalia en lo que ella consideraba como mi «familia» me tomó tan desprevenido que, durante unos segundos, me quedé observándola sin decir nada. Estaba acostumbrado a que nadie entendiera que ellas eran tan importantes para mí como mis hermanos.

Tréboles para KavanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora