C A P I T U L O 2

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Su compañero es Gael Acker

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Su compañero es Gael Acker.

Aquellas palabras me tomaron desprevenida, no podía dejar de pensar en la frase del director Dunne. Sus palabras se deslizaron sin ningún problema en mi cabeza, encajando perfectamente en mi rompecabezas de emociones.

Mi cuerpo se estremeció en un extraño escalofrió con solo imaginarlo en detención sentado junto a mí, compartiendo los dos la misma habitación... Y por supuesto, con el profesor a una distancia apropiada. Subía las escaleras del segundo piso en busca del salón, abrupta por mis pensamientos. Sin llegar a percatarme que yacía en la puerta de mi propio destino. No era la primera vez que iba a detención. Aunque las circunstancias ahora eran diferentes.

Acerqué mi oreja en la puerta de madera, con mis manos hice un eco alrededor de ellas orientando a mis orejas para que buscaran algún sonido comprometedor. No se escuchaba nada, silencio puro. Un exquisito olor a manzanilla se cierna en el lugar donde he permanecido durante varios segundos.

¿De dónde salió ese olor?

Mi curiosidad rebosaba entre las voces de los estudiantes que caminaban sin ninguna molestia por los pasillos. El perfume acordó con el tiempo transcurrido a un olor más intenso y penetrante. Mi nariz se hurgó en una picazón gracias a ésta y sin poder evitarlo, estornudé.

—Salud —Su voz era suave y ronca, apenas lo pude escuchar detrás de mí. Su presencia hizo que mi corazón se acelerara a mil km/hrs. No había necesidad de voltear, sin dudarlo, era él.

Resistí en darle la espalda, como si nunca lo hubiese escuchado. Sin previo aviso volví a estornudar y no pude evitar hacerlo de nuevo. Suprimí mi nariz unas cuantas veces avergonzada de mis estornudos en medio del pasillo. Tomé el pomo de la puerta pero su mano irrumpía mi camino. Las dos se ajustaban como una sola, mi mano se perdía entre la suya por dicho tamaño, aunque era inevitable no decir que se sentía acogedor.

—¿Nunca te dije que pareces un reno? —preguntó cerca de mi oído, sus palabras me habían llegado al corazón. Levanté mi cabeza y nuestras miradas se encontraron en cuestión de segundos. Su sonrisa se reprimía en sus labios juguetones, sus ojos verdosos también le seguían el ritmo a su dueño.

—No —contesté.

—Deberías saberlo —Toqueteó la punta de mi nariz con su dedo índice—. Te vez adorable con tu nariz roja.

Encogí mis hombros murmurando un pequeño ≪gracias≫. Mis nervios recorrían mi sangre; la palabra apenas fue audible, no estaba segura de poder decir una frase completa sin tartamudear. Asimilé en buscar alguna pregunta coherente, uno que cambiara la conversación. El tema que mantenía Gael no me favorecería, él podía pasar el día entero halagándome... Yo podía pasar el día entero escuchándolo, acurrucados los dos en un sofá cómodo, posiblemente en mi casa.

Un color rojizo se intensificó en mis mejillas cuando pensé en esa escena y añadí—: ¿No vas a entrar?

Gael entrecerró los ojos sorpresivo por la pregunta, se mantuvo cautivo por un momento para luego finalizar su mirada. Se movió de su sitio y abrió la puerta, no sin antes indicarme con su cabeza que entrara primero, como todo un caballero.

El salón lo habían remodelado; las paredes estaban pintadas de un color intenso. También, los asientos de los estudiantes constaban de sillas y mesas nuevas. El único color que tenía antes el salón, eran garabatos en la pared hecha por los mismos estudiantes. Poco después se escuchó el crujido de la puerta cerrarse. La profesora que estaba a cargo de detención sentada en su escritorio con un periódico en manos, se alarmó en su asiento. Dobló el periódico que leía al dejarlo en el escritorio, la misma levantó sus lentes hasta observarnos completamente anonada.

—¿No es muy temprano para meterse en problemas? —preguntó la profesora, quién no paraba de mirarnos esperando una respuesta.

Dudé en hablar en cuanto el cuerpo de Gael yacía parado detrás de mí. Tan cerca que con un simple roce podía sentir sus músculos tensados, lo miré de reojo contemplando su ferviente mirada.

—No es asunto tuyo —atacó el castaño. La profesora abrió la boca sorprendida, en su mirada se podía notar el odio que le tendía a Gael, puesto que él tampoco se quedaba atrás, ella bajó los lentes de su cabeza mientras desdoblaba el periódico en sus manos, retomando la lectura que había atrasado por culpa de nosotros.

Por otro lado, Gael se aferró a sus palabras prolongadas, rodeó mi cuerpo mientras doblaba las mangas de su camiseta de cuadros rojos hasta sus antebrazos, presenciando las siluetas de sus venas prensadas. Lanzó su bolso encima de una mesa antes de llegar a ésta, sacó una pequeña libreta con tonos oscuros con su respectivo bolígrafo, escribiendo en las hojas blancas con un aura de molestia.

La debe estar maldiciendo en esa libreta.

Me senté en una silla cerca de él, justamente al lado. Desahogué un suspiro desgarrador que había atorado en mi garganta por mucho tiempo. Haber presenciado la corta discusión entre la profesora y Gael, no me quedaron muchas ganas de estar en detención.

Un cosquilleo insidioso comenzó en la parte posterior de mi nariz, más tardar el jadeo para respirar era impotente hasta llegar a estornudar una y otra vez. El chico a mi lado ronroneó en su asiento, alejó su bolígrafo de su libreta contemplando cada una de las formas que salían mis estornudos. La pena invadió mi cuerpo, temiendo por mi apestosidad.

Una suave risa se escuchó de su parte a los pocos segundos, continuando con su contemplación— Tu nariz sigue roja, y apenas estás estornudando —Sonrió con cautela— No me imagino cuando estés enferma.

El calor en mis mejillas opacó mi cara. Trataba de evitar su mirada para que no conectaran con los míos de ningún modo, pero era evidente que quería volver a mirar al chico de ojos verdes. El ritmo de mi corazón aceleró más rápido, pero no le hacía caso a esos expectantes latidos. Sin embargo, mi atención siempre volvía a él; estaba más alto que antes, su cuerpo se mantenía en forma constante por los músculos notable en su camiseta. Y su frágil cabello castaño no se quedaba atrás.

Las miradas de Gael se volvían pícaras acorde al tiempo, estaría prácticamente tres o cuatros horas en detención. Disimuladamente volteé mi cabeza en busca de otra persona en el salón, pero lo único que encontré fue a la soledad acompañándome, y cuando hablaba de soledad, la profesora no estaba incluida en ese paquete. Cada mínimo movimiento o asentimiento, él lo tomó como una nueva inspección para sí mismo, puesto que no paraba de mirarme fijamente.

Alejó su mirada de mí, sujetó el bolígrafo retomando su escritura en la hoja que emitía un poco de texto legible. Su letra es curvada y fina, casi igual a la pasta de cocina. En la primera línea de la hoja, mi nombre fue escrito en la libreta con un corazón negro remarcado con bolígrafo. Era un diario, él me había explicado que lo tenía desde pequeño, así que ahí, su vida estaba completa.

Entre tanto leer y reírme de sus travesuras, hubo una parte que erizó mi cuerpo.

Yo le escribí al niño en el calzoncillo: Estoy de vuelta, porque mi corazón me decía que tenía que buscarla a ella.

Orquídea Cattleya | Libro IWhere stories live. Discover now