C A P I T U L O 11

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Es lunes

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Es lunes.

La calle de la ciudad, es concurrida por ciertas personas a alta horas de la medianoche. Suelen caminar tranquilos por el asfalto del suelo, hechizados en su propio su mundo, cada uno por su lado. No se escucha ningún ruido fuera del ventanal. Eso me garantiza un silencio absoluto en el apartamento. La manta de tela desciende por mi torso, pero antes de que se encuentre completamente en el suelo; logro tomar una gran porción del mismo con mi mano, esparciendo la tela sobre mi cuerpo, intentando recuperar el calor que este cierne sobre mi piel. Siento como mis labios tiemblan descontrolados, sin poder explicar que el café caliente, no pudo desaparecer ni un poco el frio dentro de mi anatomía.

Doblo las piernas en mi regazo e intento mirar por el cristal. Las gotas de lluvia comienzan a ejercerse en el exterior del apartamento, desamparando a sus hogares las pocas personas que se perciben fuera del semejante, en la ahora, penumbra madrugada.

Escucho sus descalzos pasos en el pasillo principal, tanteando entre sus labios lo dormitado que esta, y en lo poco, que puede llegar a mantener sus ojos abiertos. Mi cuerpo se sacia de ansiedades al oír nuevamente su voz, trayendo consigo pensamientos en mi cabeza; sobre todo en lo interesante que sería si pudiese tener una varita mágica, solo para pedir un deseo, y ese sería hacer que Declan se vaya de nuevo a la habitación.

A pesar de que no tengo nada de eso en mis manos, todas mis objeciones se van al vacío.

—Honey —Lo veo caminar donde permanezco, esta vez arrastra sus pies por el suelo de madera. Se detiene a unos cuantos pasos lejos de mí, prosiguiendo en acomodarse en el sofá de cuero negro. Tanto así, que no espera mucho tiempo para colocar un cojín por debajo de su cabeza, preparándose para otra extensa siesta—. ¿Dónde está papá?

Tomo aire. Bajo mi cabeza. Como puedo repaso la poca información que tengo acerca del padre de Declan; mejor dicho, de nuestro padre, y es que el ser humano no se ha aparecido en el apartamento en busca del pequeñín, como dijo que lo haría. Tal caso, es que los sentimientos están revueltos en mi estómago, diluyendo la cena que pude preparar mirando una serie de recetas en un libro de cocina.

—No lo sé... —suspiro, pero yo misma me interrumpo en medio del proceso—. Es para que papá te haya venido a buscar ayer en la tarde, ayer domingo. No un lunes en la madrugada, Declan Craig. Él mismo lo dijo.

Sus quejidos se componen a través de su voz dormilona—. Fue mala idea decirte mi segundo nombre, no me gusta.

Refunfuño a medio cruzar de brazos ante su absurda petición. Sin embargo, aun no puedo evitar pensar que a mi padre pudo haberle sucedido algo, pero su trato de él hacia mí, no es el mismo que el trato de él hacia mi hermano menor. Testificando que en un dado caso que haya ocurrido de tal forma, es pura mentira que el hombre se va a esforzar en avisarme por un recado lo sucedido, ni mucho menos en una llamada celular.

Así que todo lo que puedo imaginarme es, nada. No puedo imaginarme nada con una persona tan estricta como él. Apenas llegué a la casa de mi padre el viernes por la tarde, le pedí el consentimiento de tener a Declan todo el fin de semana conmigo, empezando desde ese día. El individuo no objetó, pero si indicó la hora y el día en que iría a buscar a su hijo en mi apartamento.

Fue un plantón absoluto, no tanto para mí, sino para mi hermano. El pobre esta tan preocupado por él, que lo último que dijo —antes de haberse quedado dormido contando las ovejas en voz alta—, que es la primera vez, que nuestro padre rompe sus propias reglas. Y es aquí cuando comprendo, que esta ocasión no será la única que suceda de esa manera.

—Khaled prometió llevarme de vuelta a casa, Honey —Declan certifica sus palabras al enseñarme como esa persona y él, cerraron la promesa con un apretón de dedos meñiques.

—¿Quién es Khaled?

El pequeñín levanta la cabeza del cojín, pudiendo haberme matado con su mirada irónica—. Nuestro padre, así se llama.

Una bofetada mental transcurre por mis pensamientos, pensando que lo más probable es que no haga más preguntas por hoy, o por unas cuantas horas por lo acontecido.

—¡Oh, no lo sabía¡

—¿Has hablado con él tantas veces, y no lo sabias?

Me río.

—No.

Él termina de reírse junto a mí por unos cuantos segundos, y es que cualquiera lo haría escuchándolo del modo en que Declan lo decía, de un método sarcástico e incoherente. El pequeñín se atina en poner de nuevo su cabeza en el cojín, volviendo a la posición cómoda que llegó a tener.

—Hablando de cosas por saber, ¿le diste bien la dirección del apartamento a papá?

—Nadie se había tomado la molestia de decirme su nombre, pero si de algo estoy segura, es de darle la dirección correcta —Me levanto del pequeño asiento de madera que tiene el ventanal como banco de una plaza, empeñando mis ojos azulados sobre los de mi hermano—. No soy mala persona, amor.

—Lo sé, lo siento. Es solo que no estoy acostumbrado a esto —Se mueve en el sofá de un lado al otro, hasta que logra sentarse adecuadamente en el mismo, con ahora el cojín, puesto en los muslos de sus piernas. Acerco mi cuerpo donde se encuentra Declan, me acomodo en el sofá unido a él, para amortiguar la manta de tela sobre nuestros cuerpos mientras nos saciamos de calor por el frio madrugador. El pequeñín no rechaza mi oferta, más bien, une sus brazos por mi torso en un gentil abrazo—. ¿Crees que papá aparezca hoy en la mañana?

Dejo caer la manta de tela sobre nuestros hombros, y en parte en nuestra figura—. No estoy segura de eso; pero, si él no aparece en todo el día, prometo no abandonarte en ningún instante.

Él sonríe.

—Está bien, espero que no rompas la promesa —Declan alza mi mano para unir nuestros dedos meñiques en un entrelace, y así, postular nuestro pacto como uno de hermandad.

Una nueva sensación abarca mi corazón, porque el único sentimiento que he estado experimentado por semanas, es el amor de hermanos.

Orquídea Cattleya | Libro IWhere stories live. Discover now