C A P I T U L O 4

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—Deja de llamarme, es la última vez que te lo digo

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—Deja de llamarme, es la última vez que te lo digo.

Cuelga la llamada.

Esto es desconcertante. No tengo un motivo esencial para entender por qué sus respuestas son cortantes u ofensivas. Tengo un hermano menor del cual merezco ver. Dylan lo averiguo por mi hace algunos días, justo antes de comenzar el instituto. Recuerdo que me dio una rasgadura de hoja blanca con el número telefónico de él, su nombre escrito en una esquina y la dirección de su casa.

«—El papel que te estoy dando lo tienes que cuidar con tu vida —Me lo entrega en las manos para luego suspirar con pesar—. A lo mejor no te conteste o evite cualquier llamada tuya. Tu padre es un idiota total, nunca lo olvides »

Dylan ese día no lo pudo haber dicho de otro modo, porque en estos momentos, mi padre es un idiota total que no olvidaré. Sé algunas cosas por él, como lo del director Dunne y sus vestimentas elegantes, los primeros días de mala suerte en el instituto, o la travesura del calzoncillo en el cabello de Bryan años atrás.

Tal vez mi amigo rubio se equivocó.

Tal vez yo no soy hija del hombre que él había nombrado en el papel.

Tal vez fui un demonio en persona con mi supuesto padre, tanto que ahora no me quiere ver ni en pinturas.

Y Tal vez, Dylan me sigue ocultando información importante.

En mi cabeza los pensamientos juegan unos con otros. Las preguntas, las dudas, y las respuestas no se llegan a formar solas. Puesto que la hora del almuerzo casi termina, buscar al rubio a estas alturas es como suicidarse en el balcón del vecino. La mitad de los estudiantes a escasos minutos de terminar el almuerzo se van de inmediato al salón de clases, lo cual provoca un puñado de personas por los pasillos. Sin embargo, poco tiempo queda para que comience también mi siguiente clase. Busco dentro del bolsillo de mi jeans de mezclillas una hoja doblada, apenas el sentido de mi tacto la encuentra, desdoblo la hoja mientras leo la impresión en computadora de mi horario.

La clase ganadora del premio para despejar pensamientos lo más rápido posible en caso de emergencia, es Arte. Un poco más arriba se nota el número del salón en la hoja arrugada, analizando en mi propia mente percibo que el salón queda cerca —a unos cuantos pasos— de mí.

En cuestión de segundos me encuentro frente al salón de Artes. Reviso el reloj en mi muñeca divisando que solo faltan quince minutos para que todos los estudiantes comiencen a llegar. No obstante, abro la puerta para acomodarme lo mejor posible en los asientos vacíos, no sin percatarme que Gael escogió su asiento mucho antes que yo llegara.

—¿Qué haces aquí? —pregunta el ruloso mientras me siento en uno de los puestos delante de él. Volteo mi cabeza en una mejor posición donde puedo visualizar los movimientos de Gael sin degollarme el cuello. Él esta distraído escribiendo en su libreta, la misma que utilizó en detención.

Orquídea Cattleya | Libro IWhere stories live. Discover now