C A P I T U L O 16

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—Deja de morderte el labio y come —Alzo la mirada

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—Deja de morderte el labio y come —Alzo la mirada.

Sus palabras son exigentes, igual que su semblante. Arquea su ceja al mismo tiempo que señala mi comida con la punta de su tenedor antes de llevarse un bocado de la suya a la boca. Una mesa de por medio nos separa del otro. Él está sentado allí gozando de un sazonado plato mejor que cualquiera que estuviese en este establecimiento carísimo. Nos vemos como la condición de ser una pareja estable; quizás, Gael nos haya inscrito de esa forma en la reservación. Lo veo posible de su parte.

No he dicho nada desde que conversamos en el auto. De hecho, el masculino fue el primero en hablar invitándome a un restaurante, no porque se lo haya pedido, sino porque su estómago se lo exigía. Su actitud ha cambiado. No se merece el Oscar por su comportamiento impasible en el apartamento; aun así, tengo el honor de decir que se ve tranquilo desde que le dije Harry. Hubo un cambio efectivo en él, como si ese nombre tuviese un significado especial.

Considero que estoy intimidada por la cantidad de personas que nos analizan desde otras perspectivas. El fuego y el agua se cruzan en mi cabeza, creando una duda en ella. Quiero hablar, cuestionar a Gael por lo que está sucediendo, pero el castaño encuentra su propio entretenimiento. Aprecia el menú del restaurante con un camarero yacido a un lado de su puesto, esperando el pedido.

—¿Ya sabe que va a pedir, señor Acker? —pregunta el hombre desconocido en un tono amable. Un rubio de ojos azules. Leo su nombre en el sello de metal del lado izquierdo de su pecho, se llama Uriel. Opino que el nombre es latino. Gael varias veces le ha notificado diversos tipos de postres al camarero queriendo saber los ingredientes específicos, pues ha terminado de comer. En esa espera de indecisión, Uriel aprovecha de mirarme por el rabillo de sus ojos, puedo notarlo, y supongo que otra persona también lo nota.

—Ya sé que pediré —Gael aleja el menú de su rostro para reincorporar su espalda en el paladar de la silla.

—¿Y que es, señor?

Uriel cede a sonreírle a mi acompañante, y este no a él. El camarero parece emocionado por tomarle la orden, o por quererse ir. Una de dos. Gael en vez de hablar, se ríe solo. Por las desconcertantes cejas fruncidas, detecto que Uriel no entiende la actitud extraña del castaño. Y no lo culpo, yo tampoco la comprendo. Me saca del trance cuando él chasquea su lengua obteniendo la atención del rubio camarero.

—De postre quiero que dejes de observar a mi mujer, ¿de acuerdo?

Me percato que lo dice muy en serio, casi lo amenaza. En realidad, acaba de hacerlo por voluntad propia. Creo que Gael ni siquiera tiene la necesidad de levantarse de la silla para pelear con Uriel por los hechos. Simplemente, el chico se palidece. En su rostro se muestran las facciones de estar lo suficiente asustado para alejarse de mí, incluso de este servicio y planteárselo a otro camarero que si quiera hacerle ese favor. Un gran favor.

Uriel se reconstruye en su puesto. Veo detrás de él asomarse un señor mayor, tal vez de unos cuarenta o cincuenta años. Sus ojos marrones resaltan entre su poca cabellera castaña. Presumo que es el chef por su vestimenta blanca representable de un cocinero profesional.

Orquídea Cattleya | Libro IWhere stories live. Discover now