C A P I T U L O 15

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El frio de la lluvia invierna en el hogar conforme bajo los escalones que llevan al primer piso; mis pies hurgan dentro de las pantuflas en busca de calor mientras arrastro el calzado al final del pasillo

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El frio de la lluvia invierna en el hogar conforme bajo los escalones que llevan al primer piso; mis pies hurgan dentro de las pantuflas en busca de calor mientras arrastro el calzado al final del pasillo. Todo el proceso es abrumador, e incluso silencioso. Mis manos empujan la pared desajustando una pequeña abertura centrada en medio. En su vista panorámica se valora una extensa sala detrás, la misma que descubrió Bryan en mi presencia. Los ladrillos de la chimenea acoplan el color grisáceo de la neblina; el techo alto le da amplitud a la mirada de averiguar cualquier objeto al alcance. El revestimiento de las ventanas, juega papel con las dos puertas de texturas francesas que dan escape al jardín. De hecho, veo una silueta masculina entre las flores altas que están enterradas allí.

Y ahí voy, de camino a la parte trasera de la vivienda. He escuchado su penumbra voz unas cuantas veces como si de una llamada telefónica se tratara. Un poco alterado, tal vez contrariado. Atiendo a oír la discusión de él por sus atrevidos gritos. Al ubicarme apoyada de la puerta para saciar mi atención, desbloqueo sin querer la perilla. El primero en recibirme de mala gana, es el aire ventoso que quedó de la prominente lluvia; un poco de tierra se levanta del suelo en ese instante, cayendo dentro de mis ojos. Derramo lágrimas por la sensación extraña que irradia mi perspectiva, procuro cerrar y abrir mis párpados en un juego constante, casi puedo sentir deshacerme de la tierra en cuestión de momentos. Sin embargo, otros ojos aclaman preocupación en el umbral de la entrada, frente a mí. La calidez de sus manos enlaza mi cuello elevándome a la proximidad de su rostro.

—¿Qué hacías? —Obtengo su visión permanente. Sus facciones inhalan curiosidad, igual que la manía de sus dedos al capturar parte de mi cabello en dicha posición. Gael quiere alimentar la picardía de su alma con mi contestación, quiere mantener el control de lo que ocurre a su alrededor.

—Nada importante —Hago desdén con mis brazos—. Solo te escuché discutiendo, y.

—Y no le hice caso a las estupideces que decías, ¿verdad? —Termina de decir supuestamente por mí al haberme interrumpido abrupto.

Enarco mi ceja confundida por su mala actitud—. No fui así, yo.

—Ah, entonces si oíste toda la conversación —replica esa oración indiferente, de nuevo, impidiéndome hablar. Casi olvido que es Gael con el que estoy hablando y no con otra persona, pues sus ojos se acentuaron a un color café—. ¿Sabes, Honey? Lo que menos debes hacer es escuchar mis charlas con algún otro ser humano, ¿de acuerdo? —Gael suaviza sus advertencias con unas caricias circulares bajo mi cuero cabelludo, las cuales disfruto encantada. Cautela su ojeada ante la mía cuando manifiesta nuevamente la última pregunta cuestionada por sí; en torno a su voz, esta no suena contenta, tal vez su manera de lamer la comisura de su labio inferior, sí.

Mis palabras son limitadas en esta historia, creo que eso es bastante evidente. He comprendido que Gael es un hombre exigente con lo que dice. Además, si pudiera ser abierta con él de lo que debería prohibirme o no, mis argumentos no aportarían nada relevante a su decisión. A menos que, él me pregunte, que eso es poco probable.

Orquídea Cattleya | Libro IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora