C A P I T U L O 7

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—Ya llegamos —notifico a los dos chicos que están sentados en los asientos traseros

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—Ya llegamos —notifico a los dos chicos que están sentados en los asientos traseros.

Apago el motor del auto frente a la casa de Gael. Quito la llave de su debido lugar antes de salir por la puerta del piloto, porque sé que es la última vez que estaré manejando el auto lujoso de Dylan. Él mismo me había suplicado por dejar al castaño primero en su hogar; en el camino de regreso por la carretera se estuvo quejando a cada rato de sus heridas en la espalda, así que lo importante aquí es asegurarnos de que esté tranquilo durante toda la noche.

La puerta trasera es abierta por Dylan, quien sale de ahí esperando que rodee el auto para poder ayudarlo con Gael. Una vez preparada en mi debido sitio, el chico rubio le pide a su amigo que pase su brazo por el hombro de él, caminan los dos juntos fuera de la puerta y es ahí, cuando actúo por cerrarla. Me apresuro hacia ellos y envuelvo por voluntad propia, el brazo desocupado de Gael por encima de mis hombros. El peso de él ahora es dividido entre nosotros dos, lo que hace facilitar la caminata por la larga entrada de su casa; llena de pequeños arbustos impregnadas de rosales coloridos a su alrededor, un tanto dramático para ser un hogar de hombre.

—Busca sus llaves —dice Dylan apenas nos quedamos varados en la puerta principal. Empujo a Gael hacia el rubio, precipitando todo el cuerpo de él en su amigo. Despacio sitúo mi mano en el bolsillo delantero izquierdo de su pantalón, justo el que está frente a mí. Por lo ajustado que se encuentra este adherido a sus piernas, fallo con la idea de buscar las llaves. Tardo unos segundos en intentarlo de nuevo y es entonces, cuando Gael se la juega por si solo para detener mi mano. Su gesto toma toda mi atención mientras subo la cabeza para anivelar nuestras miradas; sus ojos están inexpresivos, casi se puede ver lo mal que se encuentra ahí parado. Ladea su cabeza al lado contrario donde estoy, informándome que está en el otro bolsillo delantero de su pantalón. Lo reprocho con la mirada antes de acercarme más a su anatomía, su rostro queda tan cerca del mío que puedo sentir su respiración —cálida y acogedora— en mi mejilla. Tan perfecta que mi corazón late lo más rápido que puede, quemando a duras las sensaciones atrayentes en mi estómago.

Mis manos comienzan a temblar por los nervios en el momento que saco las llaves del bolsillo, encontrándolas en el lugar exacto que él me indicó. Torpemente meto la llave correcta de tantas en la cerradura, me aparto de ella y a los segundos, los dos chicos entran a la casa tropezando entre sí mismos; no sin antes sentir la mirada de Gael sobre mí al pasar, despojando un suave «gracias» sobre sus labios. Asiento sin ningún problema para luego perseguirlos por la casa, no obstante, cierro la puerta a mi espalda. Mis ojos recobran vida al observar con determinación la moderna sala del hogar, todo se encuentra prelijo en su lugar, tan sofisticado que lo único que no empareja en la sala, es un Gael herido en el sofá.

Dylan suspira llevando una mano a sus caderas, en una posición de mujer exasperada por lo mal que lo trata la vida. El rubio pasa la otra mano por su frente, restando de ella lo que podrían ser gotas de sudor por el esfuerzo que hizo gracias al castaño, palmea el hombro de Gael con mucho cuidado y se va, detrás de una puerta blanca.

Orquídea Cattleya | Libro IWhere stories live. Discover now