C A P I T U L O 17

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Es mediodía.

La luz del sol destella sin piedad la propiedad del apartamento rentado por Gael, que ahora ocupo con mucha responsabilidad de no hacer ningún desastre. A menos que quiera una queja de los vecinos por aquello. Mi tiempo lo he planteado en ciertas áreas del hogar, pero sobre todo en la cocina. La habilidad culinaria, es un elemento esencial que me ha mantenido ocupada desde que aprendí a utilizar el internet con Bryan en una laptop. Esa vez que distinguí las mentiras. Esta época solitaria me ha estado conmoviendo para aprender cada día una nueva receta. A pesar de que Gael tiene llaves del apartamento, no siempre anda rodando por aquí; de hecho, la última vez que vi su rostro fue en la cena del restaurante Daniel en Manhattan. Hace una semana.

La lasaña horneada una hora atrás, desciende su calentura finalmente en el recipiente de vidrio donde lo he postulado. A su lado, está un plato recién lavado luego de haber digerido un poco de ese gustoso apetito. Tocan el timbre. Guardo el plato en una estantería de vajillas antes de ubicarme en la sala para abrir la puerta. Lo primero que observo, es a un dinosaurio obstruyendo mi mirar en el umbral.

—Ah, ¿quién rayos eres? —pregunto confundida. Frunzo el ceño al no obtener respuestas de alguien en específico. A cambio de eso, veo como la persona dentro del disfraz se quita la parte superior del dinosaurio morado con cola extrañamente larga.

—¿Qué ocurre contigo, Honey? —Aparece la silueta de Dylan mientras acomoda por debajo de su axila la cabeza del atuendo. Circula la mano disponible por su cabello rubio dándole una breve sacudida a previos que me dé una cálida mirada—. Soy el amor de tu vida, ¿cómo no vas a saber quién soy?

Veo su cuerpo moverse abrupto por un golpe que recibe a su espalda, como si lo hubiesen empujado por decir tal cosa. Ese movimiento me hizo retroceder varios pasos, cuestión que favorece mi contemplación en el traje del rubio, que en lo absoluto, es un asco.

—Creo que el amor de mi vida no se vestiría así.

Dylan se ríe. Da una vuelta giratoria en su sitio haciendo que la cola extraña golpee casualmente mis pies. Me rio de la forma en que modela; a la vez, su mano se extiende en cierto detalles del atuendo que él quiere que aprecie. Por más que el ambiente sea el mejor, jamás amaré ese dinosaurio morado.

—Estuve a punto de cerrarte la puerta en la cara —Le garantizo decidida tras verlo sonrojándose por las carcajadas que suelta.

—Me hubiese encantado ver eso —dice una voz extra en un tono particular. Medio gruñón y medio dulce. Una esencia cautivadora de canela cierne entre mis fosas nasales queriendo saciarme plena de ese olor dominador. Sé quién es, aunque el traje sea de un inmenso exagerado para no ver otras cosa que no sea a Dylan.

—Si, a mí también me hubiese encantado ver cómo nos bronceamos por el sol esperando que Honey nos deje entrar —habla otro hombre, por supuesto que con la misma similitud que el individuo anterior, sin poder verlo. Deduzco que puede ser Bryan por el acento sureño que se descarta con mayor facilidad de los demás.

Orquídea Cattleya | Libro IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora