Capítulo 1

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Isla Jeju
Veintiséis años después

El olor a pino la embargó al salir a la proa del ferry. Su isla, su preciada isla, lugar de sentimientos encontrados, de penas y alegrías para ella, era la poseedora de ese refrescante perfume. Por esa razón las habían llamado Pitiusas, porque sobre
su tierra abundaban tres clases diferentes de pinos.

Su avión desde Paris la había llevado directamente a Seúl, y desde allí había esperado el ferry. El motivo de no tomar el avión de Seúl a Jeju era muy sencillo: le encantaba viajar a la isla en barco. Le recordaba a cuando era pequeña y jugaba con sus hermanas en los camarotes. Se juntaban todas en una litera, encendían una linterna y dibujaban figuras en el techo, inmersas en su mundo de fantasías y luces.

Jennie sonrió melancólica mientras dejaba que el viento meciera su melena negra y escalada y saboreaba su Coca Cola. Estaba viciada a su sabor.

—Es una isla preciosa, ¿verdad? —preguntó una mujer apoyada en la barandilla, justo a su lado.

Ella ni siquiera la miró. En sus viajes había aprendido a distinguir perfectamente cuando esos tonos de conversación, en superficie vanos, buscaban algo más y para bien o para mal, ella llamaba mucho la atención en hombres y mujeres y aunque sus preferencias iban más hacia las segundas, no quería complicaciones de ningún tipo.

Aunque pudo ver por el rabillo del ojo y
lo que le permitía la pata metálica de sus gafas de sol Channel con cristales verdosos,
que era alta. Muy alta. Tenía una voz extraña y aterciopelada que le puso la piel de gallina. Jisoo le habría preguntado «¿Gallina mala o gallina buena?». Lo que le hizo sonreír de forma involuntaria, pero pudo controlarse a tiempo.

—Sí. Es muy bonita —contestó.

La mujer se estiró como si fuera el reina del ferry o, mejor dicho, del mundo, y sonrió frotándose el pelo algo largo de la nuca. Tenía el pelo liso y largo, castaño muy claro, por debajo de la barbilla, con un corte moderno, pero al mismo tiempo natural. Su pose era la de una elegante fuckgirl, tan soberbia como divertida y segura de sí misma.

Jennie no soportaba a ese tipo de gente; pero ella, por alguna razón, tal vez por la medio sonrisa expectante que lucían sus labios o por su actitud de alguien que estaba preparada para recibir un rechazo, no le cayó mal.

No le podía ver los ojos, cubiertos también con unas gafas negras de Celine, de estilo aviador como las de ella. Una camiseta blanca de manga corta y jeans gastados, que le quedaban como un guante, completaban su atuendo.

—¿Eres de aquí?

—Puede ser. —Estaba harta de ver capítulos de CSI en el que esa pregunta y su pertinente respuesta llevaban a un secuestro o peor, así que prefirió no arriesgarse.

—Yo no soy de aquí —contestó buscando conversación—. Pero me quedaré todo
el verano por la isla.

—Ajá. Te encantará Jeju.

—Sí, ya veo. —Se frotó la barbilla y la miró de arriba abajo, haciéndole un escáner completo con rayos infrarrojos—. He hecho una apuesta con ese tipo de ahí —dijo la misteriosa mujer, que tendría unos veintisiete años, señalando a un hombre de cabeza afeitada y gafas de sol que tenía serios problemas de mareo y se sujetaba como podía a los barrotes de la baranda.

—Ah, ya —Jennie no pudo evitar no mirarlo y compadecerlo por su mal aspecto—. Lo siento por tu hermano —contestó.

La chica no supo cómo reaccionar. La gente decía que se parecían, pero ella no
veía esas semejanzas. Le impactó que esa mujer tuviera tan claro que les unían lazos
de sangre.

 BRUJAS DE SAL | PARTE 1 | JENLISA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora