Capítulo 13

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Jennie y su madre seguían a la presidenta con el auto. Haesook se había quedado en la
casa, esperando a Jisoo, pero Minyeong había insistido en acompañar a su hija al
hospital.

En un silencio implacable que ninguna de las dos se atrevía a interrumpir, madre e hija se sumían en los recuerdos que las habían dejado marcadas de por vida. La posibilidad de que esa noche se repitieran eventos similares hacía que la delicada calma entre ellas pudiera romperse tras el desenlace de esa obra benéfica, crucial tanto para el pequeño hijo de la presidenta como para la isla de Jeju.

Jennie haría lo posible por salvar al niño, pero ambas conocían las consecuencias de sanar con su don. Por ese mismo motivo, Minyeon alejó a Jang Hyuk de la vida de Jennie. Y por esa decisión, Jennie sentía aquel rencor hacia su madre.

Pero Minyeong, no podía evitar sentirse mal y asustada por su hija. Se le salía el corazón del pecho siempre que Jennie asumía los efectos colaterales de una sanación. El don de su hija mediana era hermoso y admirable pero dependiendo de la gravedad se convertía en malo y dañino para ella. Sin embargo, después de seis años sin utilizar su don, después de esconderlo en un cajón oculto con los recuerdos negados, la morena estaba decidida a otorgarlo de nuevo. Y lo haría para salvar la vida de un niño, porque de ella dependían también el futuro y el equilibrio de la isla.

Seongsan Ilchulbong debía permanecer pura, era básico para todos. La roca era un templo de luz.

Minyeong no podría encontrar las palabras adecuadas para describir físicamente lo que
ese lugar irradiaba a la tierra que flanqueaba como un centinela; Taeri era la experta en hablar de ello, pero ella no. Minyeong podía decir cuán positiva era para la sangre de los habitantes de la isla y para sus tierras. Pero no daría con una respuesta científica jamás.

Fuera como fuese, Jennie, que conducía su AC Cobra descapotable y se acariciaba el labio inferior pensativa mientras con la mano derecha manipulaba el volante, había madurado. Ya no era la misma niña alocada que se había ido con lágrimas en los ojos y sin despedirse el día en que su madre le anunció que su padre había decidido alejarse para morir solo.

—¿Estás segura de que quieres hacerlo, Jennie? —preguntó su madre dubitativa.

—Sí, mamá. Quiero hacerlo. Seongsan Ilchulbong es nuestra. Nadie debe edificar allí. Nadie que no entienda su significado ni su energía.

—Pero hace seis años que…

—Lo sé —la interrumpió ella pensando en su preocupación—. He aprendido mucho en este tiempo. Lo que me sucedía no volverá a pasar.

—¿Por qué estás tan segura?

Su madre la miró fugazmente y contestó:

—Porque ahora comprendo cómo funciona. Sé que crees que la magia no se puede desentramar. Es magia. Pero hay una parte de ella que sí tiene explicación. Y la he tenido que comprender y entender para poder hacerla funcionar como quiero y cuando quiero.

Minyeong asintió y bajó la cabeza. Le complacía que su hija hubiera encontrado una solución a su carga. Había pasado seis años muy malos pensando en ella y en las dificultades por las que podría haber pasado estando sola y en un continente desconocido. Sin su familia. Con un don por el que muchos pagarían; por el que otros
matarían.

—Yo siempre pensé que… tu don era el peor de todos. Era una cruz. Una maravillosa cruz que te hacía daño…

Los ojos de Jennie se llenaron de lágrimas sin derramar y su mentón se arrugó tembloroso.

—No, por favor… Ahora no. Ya hablaremos de esto…

La mujer se calló de golpe. Y tuvo que esforzarse para ello, pero respetó a su hija en su decisión. Al menos, dejaba una puerta abierta para dialogar y arreglar las cosas.
Sí. La isla actuaba en ella y reblandecía sus murallas.

 BRUJAS DE SAL | PARTE 1 | JENLISA Where stories live. Discover now