Capítulo 19

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Las aves viajeras sobrevolaban el pico de Seongsan Ilchulbong. El atardecer caía manso y calmado, tiñendo el cielo de colores anaranjados y rosados.

Las cinco Kim miraban a las aves con una sonrisa de complicidad en sus labios, mientras su barquita de pescador, de madera pintada con tribales de plantas correderas, mariposas y mariquitas, navegaba acompañada del leve ruido del viejo motor, entre la playa y el islote mayor.

—Vuelan en círculo —anunció Haesook sin dejar de mirarlas—. Alguien espera por
nosotras allí.

Y no hacía falta adivinar quién era.

En realidad, toda persona que quisiera ir a Seongsan Ilchulbong debía obtener unos permisos. Sin embargo, las Kim iban una vez por semana, y nunca nadie les dijo nada; tal vez porque, en realidad, nadie las podía ver ya que la visita de esas mujeres a la roca
mágica era beneficiosa para la isla; y la isla ocultaba de la vista de los demás aquello que no interesaba que se descubriera.

Jennie echó un vistazo a la bolsa de sal pura que llevaban consigo, a las velas y al viejo grimorio Kim que su madre no dejaba de acariciar, sumida en recuerdos de tiempos más felices. Tiempos junto a su marido. Tendría la oportunidad de invocarlo y de verlo ahora que Jennie, el canal de Jang Hyuk, estaba allí para que dieran con él y lo escucharan.

Sabían que no iba a ser un momento fácil para nadie. Reencontrarse con alguien que se había ido y al que tanto se había querido era una inmensa alegría. Aun así, Minyeong intuía que el impacto sería certero para sus hijas, sobre todo para Jennie, para su madre, y también para ella, que nunca olvidaría el duro golpe que supuso dejarlo marchar.

Su hija mediana, la más pura sanadora que jamás hubiera dado una generación de las Kim, acariciaba como si fuera un antiestrés el frasquito de los deseos que llevaba colgado al cuello y que esa mañana había decidido colgarse de nuevo. Nadie le había preguntado por qué, pero todas lo habían visto. Minyeong lo miró con curiosidad y emoción. Se jugaría las dos manos a que sabía con total convicción cuál era el deseo y el anhelo que guardaba escrito en su interior.

Cuando llegaron a la isla y amarraron la barquita, el mar había dejado de agitarse, y ahora sucumbía sosegado a la mágica presencia de aquellas mujeres, como si actuaran igual que una canción de cuna sobre la intranquilidad de un bebé.

Las aves sobre sus cabezas seguían volando una detrás de la otra, en círculo, marcando esa parcela de roca, tachándola como lo haría un lápiz sobre un mapa.

Las Kim caminaron hasta esa zona especial que las aves señalaban. Trabajaron con diligencia y dispusieron todos sus objetos y elementos con rapidez.

Jennie jamás había invocado a nadie. De hecho, aunque su familia procedía de dinastías de brujas poderosas, jamás necesitaron utilizar ese tipo de magia. Al parecer, sus hermanas estaban tan inquietas como ella. Pero su madre y su abuela se movían como pez en el agua. Como si aceptaran plenamente sus conocimientos y sus poderes nigrománticos. Además, ellas dos sí iban vestidas para la ocasión con
vestidos blancos y etéreos, el color de la pureza y de la magia blanca.

Mientras, Minyeong encendía una vela de color azul claro en cada punto cardinal y
después prendía el incienso de mirra. A continuación, inclinaba el saco de sal y
caminaba agachada, creando un círculo perfecto de oro blanco y brillantino sobre la
superficie negruzca de la piedra, dentro del perímetro de las velas.

La abuela las organizaba y las colocaba en círculo en su interior.

—Tómense de las manos. Jennie, tú en medio, sostén las gafas de papá. —Le puso
las gafas de pasta negra entre sus manos—Piensa en él, cariño —le colocó la mano
en la mejilla—. ¿Estás asustada?

 BRUJAS DE SAL | PARTE 1 | JENLISA Where stories live. Discover now