Capítulo 3

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Su casa se encontraba al borde de un precioso acantilado. Cuyos alrededores estaban cercados por fincas particulares y casas mayoritariamente de campo. Los edificios más cercanos eran la iglesia y un pequeño convento de monjas. Las monjas siempre habían mirado mal a las Antiguas de su clan, pero tenían que aguantarse. Ellas estaban ahí incluso antes de que sus tatarabuelos nacieran.

En la iglesia, las vecinas más alcahuetas chismoseaban sobre el linaje de las Kim, y las señalaban a sus espaldas, repitiendo el mismo apelativo: «Brujas».

Pero se cuidaban de decirlo en voz alta porque, aunque las querían y las temían por igual, la gente de los pueblos más cercanos recurría a ellas, clandestinamente, para todo tipo de ayuda. Podrían opinar y hablar mal de ellas, pero mientras recibieran ayuda de su parte, nunca lo dirían directamente.

Las Kim facilitaban soluciones de plantas medicinales para sanar enfermedades y solventaban problemas de amor y de fertilidad. No se llamaban a sí mismas brujas. Eran sanadoras. Simplemente, mujeres más sabias con conocimientos más amplios que el resto; y habían hecho un pacto ancestral con la Naturaleza y con la isla. Por eso, la isla les proveía de lo que necesitaban, y ellas ejecutaban sus conocimientos para ayudar a los demás.

Las personas de a pie lo llamaban magia. Aunque para las Kim se trataba de algo más espiritual, pues no había más magia que estar en comunión con la naturaleza y respetarla. «Si ayudas a la Naturaleza, ella te ayudará a ti», decían.

Cerca también había un mirador, el más hermoso y cautivador de toda la isla, frente a Seongsan Ilchulbong, además contaba con espléndidos precipicios de roca natural y zonas vírgenes abundantes.

Los centros urbanos irradiaban encanto y se dividían entre grandes espacios rurales copados por diferentes bosques de algarrobos, higueras, pinos y sabinas, entre
otros.

Para Jennie, ese había sido su paraíso personal, todo tan cerca en plena reserva natural, su paisaje de leyenda. Incluso había un acceso a la playa de arena era fina y blanca y llegaba hasta las casetas de los pescadores.

La alegría y la tristeza luchaban por contraponerse la una a la otra, hasta que
Jennie decidió por su bien que podrían convivir las dos juntas. Debían convivir si no quería convertirse en una histérica bipolar en todo el verano.

Jisoo dejó el coche en la entrada, al lado de los demás vehículos de la herencia, que su padre les dejó a ella y a sus hermanas, y cuando apagó el motor y retiró las llaves, miró a su Jennie, comprensiva.

—Ellas tampoco están preparadas para este reencuentro. Date tiempo, Jen —le puso la mano en el hombro—. mamá tuvo sus razones para dejarlo ir. Ya hace mucho que tú y ella no se ven ni hablan.

—Sí hemos hablado —repuso seria.

—Sí, por teléfono. Y tu frialdad llegaba hasta mi habitación. Creo que deben arreglar las cosas. Esto no puede quedarse así para siempre.

Jennie abrió la puerta del Gordini, deseosa de salir de ahí y escapar de la lógica de su hermana.

—He venido a despejarme y a disfrutar de mi pueblo y de mi isla mágica —contestó—. No vengo a enfrentarme con ellas. Intentaremos estar en un ambiente relajado —aseguró conciliadora.

—Eso espero —Jisoo salió del coche y cerró la puerta. Apoyó los brazos en el techo del vehículo y la miró a los ojos—. Sabes lo que provoca el estrés a mi cerebro, ¿verdad? Me encanta que estés cerca de mí porque tu don hace que no tartamudee tanto…

—Ya no tengo el don —se precipitó a decirle—. Hace años que no lo utilizo; y, además, lo negué.

Jisoo puso los ojos en blanco.

 BRUJAS DE SAL | PARTE 1 | JENLISA Where stories live. Discover now