Capítulo 18

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Antes de irse a dormir. Curiosamente tenía la imperios a necesidad de hablar con Lalisa, como si quisiera contarle lo que había pasado. Aunque en realidad no podía y además solo era un ligue de verano.

Después de dar dos vueltas en su cama, finalmente se rindió y le envió un mensaje por WhatsApp, pero después vino la ansiedad porque al reelerlo se dio cuenta que sonaba bastante cursi.

Su mensaje no obtuvo respuesta; y después de estar veinte minutos mirando la pantalla de su teléfono para controlar si ella estaba o no estaba en línea, el cansancio y las emociones pudieron con ella.

Pero tal era su obsesión que sin pensarlo, la vio en sus sueños. Soñó que la castaña se colaba por el balcón de su habitación y que, sin pedir permiso, se metía directamente a su cama.

Jennie no tuvo que decirle nada. Se lanzaron encima de la otra. La tailandesa le arrancaba el short blanco y la camiseta de tirantes, y ella solo tuvo tiempo para quitarle la camisa antes de que unos golpecitos en el cristal la despertarán a regañadientes de su sueño húmedo y erótico. Miró el reloj rojo de la mesita de noche. Eran las tres y media de la madrugada.

¿De verdad alguien le estaba tirando piedritas al cristal de su balcón?

Dalgom, que dormía con ella, tenía su vista
inteligente clavada en las puertas blancas de la terraza. Bostezó, como si en realidad no sintiera ninguna amenaza en el exterior, y se acurrucó con un pequeño gemido.

Jennie miró al perro, que no había abandonado su hábito de dormir en su mismo cuarto, ni siquiera en sus seis años de ausencia.

—¿Lo oyes? —le preguntó.

Otra piedrita golpeó contra el cristal, y esta vez Jennie la vio perfectamente. Se puso la bata veraniega fucsia por encima del cuerpo y abrió las puertas del balcón.

Abajo, en el césped, Lisa miraba a todos lados, apoyada en el cerco de ladrillo y
madera que delimitaba Sananda.

Ella abrió la boca con sorpresa.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó con un susurro.

Lalisa levantó la cabeza, se encogió de hombros, y con una sonrisa de disculpa y
pesar en la mirada dijo:

—Necesitaba hablar contigo.

La castaña miró a Jennie de arriba abajo, controlando cada paso silencioso y descalzo que daba hasta ella, pisando la hierba.

Ella había estado tan molesta durante el día y con solo ver a esa morena se le había ido toda la rabia. Como magia. Era una pobre alma porque había caído en sus garras, casi con dependencia y con la necesidad de estar con ella a cada instante. Simplemente no se la podía sacar de la cabeza.

Jennie captó la intensidad de su mirada, se abrochó la bata con fuerza a su alrededor y bajó la cabeza con vergüenza. Aun tenía el sueño muy vivido en su mente.

—¿Has despertado a alguien? —le preguntó Lisa en voz muy baja.

—No. En mi familia tenemos el don de morir cuando dormimos.

—Menos tú.

Jennie asintió y se paró frente a ella.

—Digamos que algo así. ¿Cómo supiste cuál era mi habitación?

—En la playa me dijiste que te encantaban los capibaras. Tienes uno de colores en la puerta exterior de tu balcón. Así que supuse que era tu habitación.

Jennie entrecerró los ojos y se cruzó de brazos.

—¿En serio? Soy tan rara.

—Un poco. Pero me encanta. —Jennie sintió sus mejillas arder—La cuestión es que lo adiviné, ¿no?

 BRUJAS DE SAL | PARTE 1 | JENLISA Where stories live. Discover now