Capítulo 24

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Jennie se dio la vuelta y encaró su preciosa y mágica casa. Las luces de la sala principal estaban encendidas. Y ya sabía por qué. Las mujeres tras los muros sentían lo que le estaba sucediendo, su dolor rodeaba su hogar como espirales, y ellas lo percibían. 

Aun así, Jennie abrió las puertas del jardín, y con decisión y enfado corrió por el césped, rodeando el castillo hasta quedar justo delante de la casita de madera en la que se encerraba su padre y, en la actualidad, se confinaban su madre y su abuela.

Curiosamente, la puerta de madera no estaba cerrada con candado como otras veces. Ella la abrió de par en par, entre hipidos de llanto descontrolado.

Encendió la luz de la cabaña y lo vio todo.
Las cajas de cartón que el joven Taehyung, el mensajero, había traído, estaban abiertas. Una de ellas reposaba sobre la gran mesa de madera pulida que había en el centro de la caseta. En su interior, había frascos de todo tipo de colores y del mismo tamaño.

Igual que el que ella tenía de Wish Pottery.
Rodeando la cabaña, unas mesitas empotradas contenían todo tipo de pinturitas, pinceles todavía húmedos, piedras brillantes, papiros y boles llenos de sal junto con otros llenos de tierra negra.

Sobre la mesa, dispuestas con varios frascos ya completos, había sendas cajitas azules oscuras, con las letras blancas de Wish Pottery en la cubierta y las flores y estrellas a su alrededor con diferentes tonalidades.

Era verdad. Era cierto. La acusación de Lisa no era incorrecta. Aquel producto al que Jennie le tenía tantísimo cariño y aprecio había salido de las manos y la mente de las mujeres de su familia. Había recorrido mundo y gozaba de gran popularidad.

No sabía cómo sentirse al respecto. ¿Orgullosa por lo que habían logrado o molesta porque no se lo dijeran antes?

Una macbook custodiaba la esquina en la que había una pequeña librería con varios diccionarios en diferentes idiomas. Jennie, decidida, se acercó y movió el mouse para que se encendiera la pantalla. En ella aparecieron un Búho y, abajo, una clave de acceso.

—Es la fecha de tu nacimiento.

Jennie miró por encima del hombro y se encontró de frente con su madre, Minyeong, eternamente hermosa, elegante, vestida con unos pantalones blancos Pitillo y una camiseta de tirantes azul oscuro. La contemplaba con ojos comprensivos, y algo de culpa.

Jennie se quedó paralizada, recordando las veces que había sugerido que su madre no hacía nada con su vida, que no salía adelante, y que si no fuera por el dinero que le había dejado su padre, en pocas palabras, no tendría donde caerse muerta.

Ahora, se despreciaba a sí misma, porque había visto en aquellos días lo equivocada que estaba con los prejuicios que había tenido durante todo aquel tiempo sobre sus espaldas y que habían enturbiado la relación con las mujeres de su familia. Sangre de su sangre.

Su madre era una empresaria. Una empresaria que había decidido crear una marca con aquello que tanto amaba. Su isla. Estaba exportando las Pitiusas a todo el mundo para que desde dónde sea sintieran su increíble magia. Porque creía en ella. Y funcionaba.

Estaba totalmente actualizada: con su Mac book, con los métodos de pago en línea, con los idiomas y también con los medios de transporte. Su madre, mejor que nadie, sabía de lo bueno y puro que residía en su tierra; y con su sabiduría, con su sensibilidad y su gracia, había diseñado unos frasquitos en los que los deseos pudieran cobrar forma y ser custodiados por uno mismo, para que no se olvidaran jamás y siempre recordara que debía cumplirlos.

No tenía palabras para explicar lo que sentía. Por una parte, estaba muy triste por
Lisa y por ella; por la otra, estaba feliz y orgullosa de su madre; y, por último, se sentía avergonzada y mala persona por la crudeza con la que siempre había hablado sobre su supuesta desidia.

 BRUJAS DE SAL | PARTE 1 | JENLISA Where stories live. Discover now