Capítulo 5

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Al día siguiente, Jennie estaba en el jardín de su hogar, viendo con cariño las flores de cada uno de los maceteros sin poder evitar una sonrisa nostálgica de oreja a oreja.

Cómo le gustaba aquel lugar del mundo, cuántos recuerdos y qué segura se sentía allí… Le sorprendió darse cuenta de que ya no había rastros de dolor. Que los recuerdos amargos no le dolían ya. Y supo, sin ninguna duda, que su abuela había limpiado la casa de energías negativas.

Las Kim no habían dejado sus dones como ella. No habían dejado de hacer magia. Lo notaba en la sal marina que había en las esquinas de las habitaciones, y también en la sensación remanente que le quedaba en el cuerpo, como una leve caricia cariñosa que hacía que se sintiera bien al instante.

—Mi abuela —susurró enternecida, oliendo una orquídea fucsia de un color muy intenso. Esas eran las flores que nacían en Seongsan Ilchulbong. Las reconocía por su especial olor y sus formas mágicas parecidas a unas estrellas amorfas.

Estar allí la hacía sentir y estar bien. Sí.

Se había sorprendido al encontrarse con su habitación igual a como la había dejado el día que se marchó. El mobiliario limpio y blanco, y las paredes lilas claras. El atrapasueños, las figuras de los búhos de colores, sus cuencos de cristal, la misma funda de la cama, las fotos de sus hermanas sobre el corcho de la pared y sus zapatillas pulcramente colocadas sobre la alfombrilla.

Las cosas seguían ahí, como si nadie se hubiera atrevido a moverlas de sitio. Como si se hubieran quedado pasadas en el tiempo, esperando eternamente su regreso.

Todo seguía igual allí. Nada había cambiado, excepto el hecho de que su padre ya no estaba.

¿Por qué las cosas seguían igual? No lo comprendía. Su vida había cambiado muchísimo desde entonces porque no soportaba el cambio inapelable que suponía quedarse sin él. Sin embargo, las demás Kim seguían ahí. Iguales. Inalterables aunque pasara el tiempo...

Su madre, había entrado a su habitación la noche anterior mientras ella deshacía la maleta. Se había sentado en la cama y había tomado uno de los cojines violetas con estampados de lagartijas. —Todo sigue igual —le había dicho hundiendo la nariz en el dibujo de la tela—. Incluso tu olor sigue aquí.

—Sí. Me di cuenta —contestó ella doblando pulcramente su ropa y colocándola en los cajones—. Pero ya no uso ese perfume.

Minyeong se encogió de hombros.

—No hablo de tu perfume. Hablo de ti. De tu esencia, cariño. Sigue aquí.

La morena no respondió. Le había prometido tranquilidad a su hermana y en verdad daría todo de su parte, pero habían cosas que aun no había superado del todo con su madre y decirle que se equivocaba y que ya no era la misma niña que había salido de aquí, sería una forma bastante eficaz de comenzar una discusión.

— Bueno, supongo que es natural. Crecí aquí.

— Jennie, ¿por qué tardaste tanto en venir? —le preguntó de frente y recordó que a su madre no le gustaban las medias tintas y era la mujer más directa y franca con la que se podía encontrar—. Te extrañamos. La isla te extrañaba…

Al parecer, por más que lo intentara, no iba a poder evitar la confrontación.

—No, mamá —alzó la mano para detenerla—. Por favor… Yo ya no soy como antes. Mi vida ha cambiado. Yo he cambiado, mis ideales, también. Me he alejado de todo esto.

—Te has alejado de nosotras.

—A veces la distancia hace que veas las cosas mucho mejor.

Minyeong sonrió con tristeza y sus ojos verdes se clavaron en la espalda erguida de
su hija.

 BRUJAS DE SAL | PARTE 1 | JENLISA Where stories live. Discover now