"Adictiva"

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Cassian



En cuanto finalicé esa ridícula reunión con el Clan Volkov, ajusté la corbata con desgano y escaneé el salón. Mi mesa estaba vacía. Mavie no estaba donde la dejé. No me alteré, pero la inquietud me rozó el cuello como un aviso. Aquí nadie toca a la mujer del líder de la Bratva rusa. Nadie se atrevería. Porque quien lo haga, no vive para mencionarlo. La vi. En el centro del salón, intentando mantener el equilibrio sobre esos tacones que yo mismo seleccioné. A juego con ese maldito vestido que ya quería arrancarle. Me bastó una mirada para saber que le dolían los tobillos.

Y entonces lo hice. Me abrí paso sin hablar, sin pedir permiso, sin disculpas. Me agaché frente a todos y la levanté en mis brazos. Así. Como me da la gana.

—Cassian, ¿qué haces?

—Llevo a mi esposa en brazos. ¿Acaso necesitas que lo grite?

—Nos están mirando.

—Que miren. Quiero que todos entiendan que no se le toca. Que no se le dirige la palabra sin mi consentimiento. Que todo lo que es ella, es mío.

Lo entendieron. Porque el silencio fue absoluto.

La cargué fuera del salón sin disimulo. Ni una puta explicación. Tony ya esperaba afuera, y cuando me abrió la puerta, la recosté con delicadeza en el asiento trasero. Me giró el rostro, molesta. Claro que lo estaba. Herida en su honor, su orgullo pero eso a mí no me temblaba.

Me subí al coche, me acomodé junto a ella y Tony arrancó sin hablar. La fiesta había terminado para nosotros. Yo ya la había expuesto lo suficiente. Ahora todos sabían quién es ella. Y más importante aún, todos sabían de quién es.

—Mavie, mírame —le ordené, sin suavidad, sin súplica. Nada. Ni un pestañeo.

—Mavie —repetí su nombre, más bajo, más oscuro, y aún así siguió mirando por la ventana como si yo no existiera.

Sabía perfectamente lo que estaba haciendo. Me castigaba. Esa era su forma: el silencio, la indiferencia. El hielo detrás de esos ojos que, hace unos minutos, me miraban como si el mundo se acabara si yo no respiraba. Ahora me ignoraba siendo yo nada. Y eso me partía el puto orgullo en dos. Prefería que me grite, que me arañe, que me pegue donde más duela, pero que me calle eso me destroza.

Inhalé profundo, mis nudillos apretados sobre mis rodillas. Contuve las ganas de hacer estallar el cristal de la ventana. Tony detuvo el auto frente al departamento. Ya el perímetro estaba asegurado. Mis hombres sabían que ella era mi prioridad. Lo más importante que tengo. Lo único que nadie puede siquiera mirar sin permiso.

Rodeé el auto y abrí su puerta. Extendí la mano. Ella ni me miró. Solo me lanzó un manotazo, se quitó los tacones, y bajó como una reina herida, con el mentón alto, caminando descalza, ignorándome, desafiándome. Ella me estaba probando. La dejé caminar, sí. Le permití entrar. Pero cada paso que daba sin mí era una sentencia.

Porque esa mujer es mía. Y cuando algo me pertenece, no se aleja. No me da la espalda. No se me escapa. Y si lo intenta otra vez yo mismo la traigo de vuelta, aunque tenga que incendiar el mundo para hacerlo.

Cuando entré al departamento, su vestido estaba tirado en el suelo. Llevaba solo su ropa interior roja, la misma que conocía exactamente cómo provocar mis impulsos más primitivos. Su vientre inflado se movía con cada paso, y dentro de él, nuestras hijas. Era mía. Toda ella. Incluso molesta, incluso de espaldas, incluso cuando no me miraba.

Me quité el saco sin apuro, lo colgué sin despegar la vista de su cuerpo, y caminé hacia ella. Se alejó, orgullosa, desafiante, y me miró con esos ojos azules que más que mirar, reclamaban. Pero lo único que hacían en mí era encender el instinto de no dejarla ir a ningún lado.

"El Abogado de la Mafia" © { 𝐋𝐢𝐛𝐫𝐨; 𝟏}   𝐁𝐨𝐫𝐫𝐚𝐝𝐨𝐫 𝐞𝐧 𝐜𝐨𝐫𝐫𝐞𝐜𝐢𝐨́𝐧 ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora