"Bienvenidas Gemelas Rostov"

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Cassian

Me calcé la pañalera que había dejado provisionada desde hacía días. Me la crucé al hombro y descendí las escaleras casi de un salto. En la sala, mi mujer se retorcía, atrapada por las contracciones que le robaban el aliento. Amo a mis hijas, pero ver cómo la desgarran desde dentro me irrita. Metí la mano en el bolsillo, saqué la llave y presioné el botón oculto: el sistema cedió y los leopardos emergieron de las escaleras, majestuosos, imponentes, con los ojos encendidos al ver a su reina en agonía.

—Aseguren el bosque. Hoy nacen mis hijas. Quien se acerque muere.

Los felinos rugieron con un estruendo que erizó hasta el aire. Me incliné, tomé a mi esposa entre los brazos y avancé con ella en dirección al bosque, hacia el manantial oculto, ese rincón sagrado que guardábamos solo para nosotros. No podía arriesgarme a que algo fallara. No esta vez.

El sendero era agreste, las zarzas nos rasguñaban, pero yo no sentía nada más que la desesperación por ver nacer a mis hijas y salvarla a ella. Con Mavie aferrada a mí, cruzamos el follaje hasta alcanzar el agua clara, inmóvil, mágica. La deposité en la orilla, y tomándola de la mano, la guié hacia el corazón del manantial.

—Cassian... duele... duele como el infierno.

—Resiste, vida. Te juro que nada te pasará. Confía en mí.

Solté la pañalera en la hierba. Los leopardos se habían repartido alrededor, firmes, custodios del nacimiento que se avecinaba. Le ayudé a desprenderse del vestido, me quité la camisa y, sin pensarlo, entré con los pantalones aún puestos, frente a ella. Gritaba, sudaba, su cuerpo era un templo ardiendo en trabajo de parto. Separé sus piernas con suavidad, de un lado al otro, y la desvestí de la diminuta prenda que aún llevaba, dejándola únicamente con el sostén.

—¡Sácalas ya!—me gritó—!Me están matando!

—Tus gritos desquiciados no me están colaborando.

—No me levantes la voz —empezó a sollozar— Soy yo la que se está desangrando.

—Lo siento, pero me haces perder el juicio, mujer. Abre más las piernas y empieza a empujar.

—Son las últimas criaturas que voy a traerte al mundo.

—Eso está por verse.

—Estás condenado, Rostov —se aferró a mi brazo mientras gritaba— ¡Ahhhh!

—¡Empuja, por el amor de Dios, empuja!

Se clavó con fuerza a mi antebrazo mientras comenzaba a pujar con las piernas abiertas, y yo, con las manos listas debajo para recibir a nuestras hijas. Sus uñas se hundían en mis hombros con cada contracción, y su cuerpo entero temblaba, empapado en sudor.

—No puedo más...

—¡Vamos, carajo, tú puedes! ¡Dámelas!

Mavie expulsó un alarido desgarrador, empujando con una fortaleza que nacía desde sus entrañas, y entonces la primera bebé se deslizó al mundo, envuelta en sangre y vida. La atrapé con manos tráumelas, y por un instante todo se detuvo. Era mía. Mía. Mi hija, gritando como si cada fibra de su cuerpo supiera lo que significaba nacer del fuego.

La apreté contra mi pecho, pero enseguida la coloqué en los brazos temblorosos de su madre, que la miró con esa ternura devastadora que solo ella podía regalar. Pero no había terminado. Otra alma venía en camino, y el cuerpo de Mavie apenas sostenía tanto dolor.

—Una más, vida. Solo una más —le rogué con los dientes apretados, el corazón a punto de estallar.

—Te odio, Cassian Rostov.

"El Abogado de la Mafia" © { 𝐋𝐢𝐛𝐫𝐨; 𝟏}   𝐁𝐨𝐫𝐫𝐚𝐝𝐨𝐫 𝐞𝐧 𝐜𝐨𝐫𝐫𝐞𝐜𝐢𝐨́𝐧 ✔️Where stories live. Discover now