Capítulo 31

34 0 0
                                    

– ¡Yo! –respondo a la voz que se cuela por la mirilla.

– ¿Yo, quién?

– Yo, Carla. –Y la voz se convierte en una persona y me abre la puerta.

Le entrego el helado. Ludovica lleva el pelo atado con una goma negra. Viste un corsé violeta ceñidísimo, que le exprime el pecho y lo hace salir fuera. Y debajo lleva algo negro, que no sé si es una bufanda o un pañuelo, pero si está ahí debe de ser una falda. Las medias son círculos negros y se acaban a medio muslo. Si me pongo a mirarlos me quedo hipnotizada. Miro a Ludovica y la pruebo con los ojos.

– Bonita casa –le digo, aunque ni siquiera podría decir de qué color son las paredes, todavía no las he visto.

– Sígueme. –El vídeo está en su habitación.

Me quito la chaqueta.

– ¡Qué guay! –exclama–. Tendrías que vestirte siempre así.

Me he comprado unos vaqueros gastados de tiro bajo, en los que detrás se puede leer la marca Rich, y un cinturón verde militar de tela de Fucking Criminal.

– Pero ¿con todas esas marcas? –Ayer empecé a dudar.

– Es lo que se lleva, amiga. ¡Si no te gusta, ponte el jersey de tu abuela y te condenas al exilio voluntario! –La dependienta había aclarado todas mis dudas. Y de este modo también tengo una camiseta blanca con la cara de Lupin y un collar de bolitas de metal con una púa de Hard Rock

También entré en una peluquería, me podaron el matorral que llevaba en la cabeza y salí con un pelo nuevecito: llevo un flequillo liso delante de los ojos y doy gracias a Dios por haberme ayudado a conducir hasta aquí. Para acabar, dos o tres zambullidas en un perfume de Thierry Mugler, Alien, por si acaso...

– No he tardado nada en arreglarme. –Y me paso la mano por el pelo. Entre una cosa y la otra, un día y trescientos o cuatrocientos euros quemados–. Pero eso tú. Estás guapísima esta noche.

Nunca le digas a una mujer "esta noche", una mujer aspira al siempre y cada vez más. Y Ludovica, esta noche, es la más mujer de todas.

– Me gusta el "esta noche" que has dicho –contesta rápida y juega a hacerme morros.

– Venga, era una manera de decir que estás bien.

– Bueno, ni que estuviera resfriada. –Coloca la cinta en el vídeo y la empuja hacia dentro.

Yo me siento en la cama, mientras ella se pelea con los canales y las teclas del televisor. Y me gustaría decirle que use el mando a distancia, que lo han inventado para eso, pero me lo ahorro; me gusta su trasero mientras se mueve delante de mí. Un rato después, Ludovica logra vencer a la tecnología.

– ¿Y qué película es? –pregunto, para ir rompiendo el hielo.

– La película de Muccino no la he encontrado, la habré perdido por casa. ¡Siempre acabo perdiéndolo todo! –Y ser ríe.

Yo pienso que cuando pierdes algo es que no te importa lo suficiente, porque si de verdad te importa vas con cuidado, no lo pierdes de vista. Y un día Ludovica me perderá a mí, me abandonará en cualquier cajón de la memoria. Y quizás yo haré lo mismo con ella.

– Pero me han dicho que esta es guay. –Y se sienta a mi lado.

– ¿Quién te lo ha dicho?

– Giada.

– Siendo así... –Y hago una mueca.

Se ríe a gusto, me guiña un ojo. Lleva brillantes en los párpados.

Las estrellas se pueden contar (versión lésbica)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora