Capítulo 13

87 2 0
                                    

Después de una noche así no puedes hacer otra cosa que coger el sueño de la mano y llevártelo contigo al colegio.

Malari entra en clase, pone el maletín de piel en su mesa y se sienta. Falta poco para selectividad, así que ha llegado el momento de que los profesores nos expliquen algo de ese examen. Malari habla, habla y habla de cosas que hace siglos que sabemos. Amén.

– La primera prueba consiste en un tema de actualidad, un breve ensayo o un artículo del periódico, un análisis de texto…

Tras unos momentos empieza la retórica de los consejos: “Sobretodo, chicos, acordaos de no ser demasiado taxativos: todo blanco…, todo negro… Acordaos del gris. En la vida es mejor no perder el equilibrio.”

Silvia Di Giosio, eternamente sentada en medio de la primera fila, mueve arriba y abajo su cabezota. Y si el mundo continúa yendo así, con tantos muñecos diciendo “sí, sí” con la cabeza, nunca voy a recoger mis sueños. Hace falta una revolución. Y para cambiar el mundo tienes que tener el valor de decir que no, tienes que empezar a ver en colores, ¿en gris? ¡Ni hablar!, tienes que correr en una sola dirección. Alzo la mano y espero a que Malari vea mi dedo apuntando bien alto y me deje hablar.

– Profesor, cada uno escribe lo que piensa, si lo ve blanco, escribe blanco; si es negro, escribe negro. ¿Por qué tenemos que difuminarnos? ¡Por lo menos el pensamiento dejádnoslo!

Malari tuerce la boca.

– ¡Saricca, usted puede escribir lo que le parezca, incluso puede escribir que es amarillo limón! ¡Ni que estuviéramos en una dictadura!

Y yo me prometo que escribiré en amarillo limón, que escribiré el color más absurdo, o mejor dicho, que me inventaré uno nuevo nunca visto.

– Sí, bueno, no estamos en una dictadura, según parece, pero aquí nos lo estáis privatizando todo: enseñanza, pensiones, sanidad… ¡Y ahora incluso el pensamiento!

Carla me mira como si estuviera para que me encerraran en un manicomio. Malari sonríe:

– Saricca, ¿acaso hoy se ha levantado con ganas de hacer girar la Tierra para el otro lado? No entiendo con quién la tiene tomada.

Voy hasta el final.

– ¡La tengo tomada con vosotros, los adultos, que habéis dejado de ver en colores! Ya me he cansado de hacer ver que todo va bien, aquí no va bien nada… ¡Basta!

Los demás clavan la mirada en el suelo, permanecen inmóviles, se avergüenzan de mí. Alice Saricca se ha ganado un parte “porque impide el normal desarrollo de la clase”.

– Tenga cuidado, Saricca. Otra cabezonería y se juega la selectividad.

Obedezco al poder, pero hago ruido. Me siento de golpe en la silla y doy un porrazo a la mesa con los codos. Un ruido fuerte, en el espeso silencio del aula. Y ésa es la última palabra, la mía.

Carla me acompaña a casa. Me doy ánimos y me convenzo de que mi madre tampoco se va tomar tan mal lo del parte, seguro que no.

– Estará orgullosa. Ella también quería cambiar el mundo. Mis padres se conocieron precisamente mientras hacían la revolución en las aulas de arquitectura en Valle Giulia.

Sonrío ante la idea de esos dos chicos que se daban besos entre pancartas y megáfonos, que no tenían anda en común: ella, rica e inteligente, él, guapo y rebelde, siempre gorreando tabaco, unidos sólo por una idea, que quizás tampoco era muy buena.

Las estrellas se pueden contar (versión lésbica)Where stories live. Discover now