Capítulo 32

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He programado mal la máquina, le he puesto cuatro dosis de azúcar y el capuchino está dulce, demasiado dulce, repugnante. Me lo bebo igualmente y paso el dedo por los bordes para recoger la espuma que ha sobrevivido. "Nada puede echar abajo mi buen humor. Soy invencible." Tiro el vasito a la papelera, me limpio la boca con el dorso de la mano y me vuelvo a clase.

Ludovica todavía no ha llegado. Paolo está, pero es como si no estuviera. Así que me quedo sola con mis pensamientos, pero esta vez no me da miedo, son pensamientos bonitos. Me siento ligera. Tengo los pies ligeros, la cabeza ligera y pienso que, si no existiera la fuerza de la gravedad, podría pegarme un buen paseo por el espacio.

— Madre mía, cómo estoy... —repite Paolo, cierra los ojos y apoya la cabeza en el pupitre.

— ¡Veo que estos días has descansado y hoy estás en forma para afrontar otra semana! —digo en un tono que rebosa entusiasmo por todos los poros. Y Paolo, que conoce mi tono, abre los ojos: algo no le cuadra.

—¿Y todo este entusiasmo...? Si a las nueve de la mañana tienes ganas de cháchara, es que ha pasado algo.

Yo no tendría que decirle nada, por respeto, pero me gustaría que supiera... Lo haré de manera que él mismo saque conclusiones.

—No lo adivinarías nunca... —le digo para animarlo.

¡Pregunta! ¡Pregunta todo lo que quieras!

—iYa lo tengo! Has ganado la Superloto, así por fin podrás mandar a tus padres a la mierda, comprarte la Harley y pasarte el resto de tu vida tocándote los huevos. Los fines de semana te vas a Ibiza, cada vez con una tía diferente, sólo tiene que tener un pedazo de piernas de metro setenta y gastar una C de sujetador. —Y lanza una mirada a lo lejos, como si Ibiza estuviera allí mismo, en la pared donde ha puesto los ojos.

— ¡Mira que eres estúpido! —Y sacudo la cabeza—: ¡Ha ocurrido algo mucho mejor! —Y le guiño el ojo.

— ¡Más que el dinero, que la Harley, que Ibiza y que las tías buenas no hay nada! —Vuelve a cerrar los ojos y se deja caer sobre el pupitre.

— ¡Bueno, una chica sí que hay por medio! Vas bien encaminado, no te rindas —le digo mientras lo cojo de un brazo y lo zarandeo con fuerza.

— ¡Ah! ¡No hagas eso, puedo sufrir un trauma y no volver a despertarme! —grita cabreado.

— Mira que llegas a inventarte historias con tal de dormir... —Y lo sigo zarandeando.

— ¡Está bien! ¡Paso! —Se levanta del pupitre y se despierta—. ¡Eres un palo!

— ¡Ya lo sé, pero si no se lo digo a alguien, me voy a morir!

— ¡Pues dímelo! —dice él ya harto.

— No, no te lo puedo decir, no estaría bien. Pero si lo deduces tú, es diferente.

— ¡Tú estás pero que muy mal! —Y pone cara de susto.

No lo va a deducir nunca.

— ¡Bueno, ya que tienes tanto interés en saberlo, te lo voy a decir! Ayer por la noche fui a casa de Ludovica. Tú tenías razón: sus padres no estaban.

Paolo de repente da un bote y se queda sentado en la silla.

— ¿¡A casa de Ludovica!?

— Sí. —Y me siento orgullosa de mí misma.

— ¿Lo habéis hecho?

— No exactamente. O sea, era la primera vez que estábamos juntas... En realidad sólo hubo algo de manoseo superficial.

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⏰ Última actualización: Aug 03, 2015 ⏰

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Las estrellas se pueden contar (versión lésbica)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora