Capítulo 16

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Estamos todos presentes, los veinte. Hoy es un día importante, es el último día de instituto de nuestra vida... Nos miramos sonriendo, preparados para perseguir y que nos persigan con una botella de agua en la mano, preparados para vengarnos del chico o la chica que durante cinco años no nos ha dirigido ni una mirada, de la empollona que no nos ha pasado la traducción, del amor que nos ha hecho sufrir y, ¿por qué no?, preparados para mojar a un nuevo amor, para que nazca un nuevo encuentro, armados con municiones de agua, diciendo “hola, perdona”, porque cada “perdona” sirve para conocerse.

Y ella hoy va a recibir muchos jarros de agua; ella, Silvia Di Giosio. Por todas las veces que ha hecho de espía, que ha dicho “sí, sí” con la cabeza desde su primer pupitre central, que ha pasado información errónea, que ha lamido el culo a los profesores, por su nariz de patata, por su pelo grasiento, por su piel que sabe a agrio.

Cuántos motes le hemos puesto: Machacona, Yogur, Mamut, Comefuego, Mafalda, Ácida, Úrsula…, pero no voy a perder el tiempo explicándolos.

Hoy nos sentimos ligeros, pero es una liberación parcial, porque dentro de quince días estaremos aquí de nuevo, sentados delante de la mesa del profesor, y nos pedirán cuentas de lo que hemos aprendido en cinco años. Los profesores lo llaman “valoración final”; en resumidas cuentas, es como ir de compras. Alguien habrá metido en el carro algo que no debería haber puesto, alguien llegará a la caja y pagará más de lo que ha comprado y no podrá hacer nada; tendrá que pagar y ya está, porque el colegio es como un supermercado, pero sin mostrador de quejas. Y luego, dentro de quince días, la liberación, al verdadera, no como la del 25 de abril…

Me paso la hora de religión en el baño, con el grifo al máximo. Voy llenando la munición y me quedo empapada con las salpicaduras que se me escapan del lavabo. Tengo un frío mojado, que se me queda encima. La camiseta de algodón, blanca, ahora se ha vuelto transparente por delante.

Malari entra en clase. Es la última hora de italiano de nuestra vida. Una hora que podría estar llena de sonrisas y de los mejores deseos para nuestro futuro, en la que se podría leer alguna poesía y reencontrarnos todos juntos allí, en esas palabras, en las ganas de vivir y de afrontar lo que nos depara el futuro. Pero Malari malgasta esa hora amenazándonos con estas palabras: “En el oral pasaremos cuentas…”, y sus ojos brillan de poder.

Faltan pocos minutos; estamos listos para salir disparados, con las mochilas repletas de bombas y los pies llenos de prisa. Suena el timbre, por última vez. Y hasta su voz metálica parece dulce y entusiasta, como si también quisiera zambullirse en esa guerra de agua, perseguir y que la persigan.

– Saricca, me gustaría hablar un momento con usted –dice Malari.

Me ilumino. “Claro.” Tendré mis disculpas.

Todos los demás salen corriendo, sólo Carla se queda allí, esperándome. El profesor le pide que también ella salga del aula, y que cierre la puerta. Nos quedamos solos. Malari y yo. Y produce cierto efecto ver esos pupitres vacíos, te hace sentir que has dejado tu sitio a alguien que ni siquiera conoces. Alguien que leerá todo lo que tú has dejado grabado, que se esconderá en ese mismo rincón del pupitre donde tú te escondías para evitar que te preguntaran, que golpeará nervioso el suelo con el pie marcando el mismo ritmo que tú seguías. Alguien que robará un pedazo de tu vida. Impresiona, te sientes despojado, de paso.

– Siéntese, Saricca.

Me deja la silla del poder. Me siento.

– Saricca, no le he tocado la nota. La presento con un nueve a selectividad a pesar de que, después del arrebato del otro día, no merecía ni poder presentarse.

Las estrellas se pueden contar (versión lésbica)Where stories live. Discover now