Capítulo 1

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Yo la vida la siento en los pies, en el ir y venir de cada día.

Son las siete y media y ya estoy lista para salir. Le doy un beso a mi madre y otro a Milla, pillo tres galletas de la caja y me las como en la parada del autobús. Tres galletas: ni unas más ni una menos. Como siempre, voy a la carrera para sentarme en un asiento libre, una victoria que dura un segundo.

– Niña, ¿me dejas sentar? Me duele la espalda –el viejo de turno que intenta birlarme el sitio.

Echo un vistazo rápido a mi alrededor. Nadie se levanta, ¿por qué yo? Como siempre, intento ser como los demás, pero al final gana la diversidad: me levanto y le dejo mi asiento. Para colmo, suelto un educado “por favor”.

El instituto todavía no se ha despertado; el timbre de las ocho y media es su primer bostezo. Pero yo el colegio lo prefiero así, sin los grititos de las chicas, sin pantalones bajos ni flequillos lisos. Lo prefiero así, silencioso como un montón de cemento adormecido.

Me siento en el muro del patio, cojo la agenda de la mochila, un boli azul, y empiezo a escribir. Escribo cuentos para despertar, cosa rara, porque normalmente los cuentos sirven para dormirse. A nadie se le ha ocurrido antes: cuentos para despertarse; un gran invento, una recarga de buen humor por la mañana, muy distinto a los desayunos de cinco cereales… Si la gente se despertase cada día con un cuento no habría tantas guerras.

– Y la ganadora del Novel de la paz es…

… Alice Saricca, estudiante de último curso, el más bonito, dicen. Para mí es igual que los otros, quizás peor, porque es más complicado, todo el mundo juega a hacerse el mayor, a ser un experto en sexo y a mentir. Mucho más complicado, porque están los exámenes. Aunque al final se sobrevive a todo: al sexo, a las mentiras, a los exámenes… Es la filosofía del “ya me las arreglaré”. Sí, vale, te las arreglas, pero ¿después qué haces con las cicatrices? Carolina me lo repite hasta la saciedad: “¡Tú no vuelas porque te da miedo estrellarte!” No me veo capaz, nací sin paracaídas.

– Pero ¡así nunca vas a volar! –afirma, y me explica que en la vida es mejor tener malos recuerdos que arrepentirse de no haber hecho alguna cosa.

Yo pienso que es mejor arrepentirse, porque si no haces algo puedes utilizar la imaginación, inventarte el final que más te convenga, mientras que los malos recuerdos ya tienen un final. Es mejor una historia inacabada, porque la puedes estrujar entre las manos y cambiarle de forma, como la plastilina. Sí, es mejor así, prefiero evitar los riesgos: nada de sexo y nada de mentiras. El fuego no es para mí.

Son las ocho menos cuarto. Esa chica también ha llegado. Levanta la cara, “hola”, y se sienta en las escaleras. Se pone los auriculares del walkman en las orejas y empieza a mover la cabeza arriba y abajo para seguir las machaconas notas de una guitarra eléctrica. Kurt Cobain, siempre está escuchando Kurt Cobain. También lleva una camiseta negra en la que pone “Nirvana” en relieve; la habrá comprado en algún concierto.

En teoría no la conozco, en realidad lo sé todo sobre ella: Giorgia Battaglia, tercero B, tez morena, ojos oscuros como el carbón y pelo negro un poco despeinado. Es una chica que, cuando pasa, te das la vuelta; una chica de otro planeta, una chica que siempre va a lo suyo…, y no entiendo por qué me mira así.

Saca un paquete de Marlboro del bolsillo de los vaqueros y por un momento pienso que fumar está bien; si ella lo hace, es que está bien. A las ocho y veinte llega también su novia, ¿qué hacen juntas? Tiene la boca enfurruñada y los ojos azules, pero fijos, de esos que no dicen nada; son unos ojos superficiales, los ojos de Giorgia son otra cosa… Ésta le da un beso y si su novia le pide otro le dice: “Con uno ya vale…” Y me mira. Yo me siento como una intrusa allí en medio, aunque entre ella y yo no haya nada, aunque ni siquiera nos conozcamos. No tendría por qué, pero aún así me siento como una intrusa, porque ella me mete en medio con sus ojos carbón.

Las estrellas se pueden contar (versión lésbica)Where stories live. Discover now