Capítulo 5

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Nos estuvimos amando así: en un trastero del colegio, en un pub desconocido, en una callejuela escondida. Nos estuvimos llamando con el sonido de un claxon, con el timbre del móvil. Nunca en Al 19, nunca por el interfono, nunca con un mensaje… No hacía falta ir dejando pistas.

– ¿Para qué necesitas demostrar que estamos juntas? –me preguntaba Giorgia.

Para nada… Para sentirme menos invisible… Para nada. No hacía falta amarse delante de nadie más.

– ¿Te avergüenzas de mí? –Y creía que quizás no era lo que ella esperaba, que era demasiado poca cosa.

Demasiado poca cosa, porque yo siempre me complico la vida y ella es de las que saben vivir, porque tiene los ojos color carbón y Dios la ha hecho condenadamente guapa.

– ¡No! –respondía decidida.

Pues entonces, ¿por qué?

– No quiero hacer sufrir a Sara.

Sara, su ex, la de los ojos superficiales.

– Pero así me haces sufrir a mí…

– Bueno, pero tú eres fuerte, tú estas cosas las sabes entender –decía ella.

Sí, soy fuerte… Soy una roca… Estas cosas las entiendo. Yo, que me pongo en la piel de todos, en la mía no, la mía la dejo en el armario, entre el polvo. Pero a veces estaba cansada de ponerme esas pieles usadas, que pertenecían a otros, que no eran de mi talla.

– Ya está bien, Giorgia, estoy harta de ser comprensiva. Déjame en paz. –Abría la puerta del coche y me iba a mi casa.

Y ella me seguía hasta el portal, me cogía por la muñeca, me la apretaba fuerte.

– ¡Me haces daño!

Seguía apretando y repetía:

– ¡No te vayas, te necesito!

Entonces le preguntaba a mi corazón si también necesitaba a Giorgia. Sí. Y me quedaba. A veces quería resistirme, intentaba domar a mi corazón, darle yo las órdenes: “¡Tú cállate! ¡No le necesitas!”

– ¡Déjame! –Y le clavaba los ojos encima, llenos de rabia a punto de diluirse. Soltaba su mano de mi muñeca y seguía mi camino. Cerraba el portal de prisa y subía las escaleras, sin mirar atrás. Corriendo.

Porque es instintivo pensar que si te vas corriendo será más fácil no darte la vuelta. Porque te parece que cuanto más lejos estés, más pequeño y distante verás lo que dejas a tu espalda. Pero las reglas de la perspectiva no son válidas en el amor. Puedes alejarte mil kilómetros, meses, años, pero sólo con volverte un segundo, con bajar un poco las defensas y dejarte vencer por el recuerdo, allí estará, guapa como siempre, con sus ojos pegados a los tuyos, con su mano intentando retenerte, con tu boca que viaja sobre tu cuerpo. Viaja, sí, porque el amor utiliza extraños medios de transporte.

Bastará ese instante para que al final comprendas que no te has alejado tanto, que no has recorrido mucho camino. Será suficiente para que te sientas frágil, para que vuelvas a sentir esa ansiedad. Pero todo eso lo comprendí más tarde.

En ese momento me bastaba con huir, subir las escaleras de prisa y empezar a pensar en olvidarla. Pero luego me la encontraba en el corazón, en un gesto distraído que a ella tanto le gustaba, en el pelo suelto para ser acariciado mejor, en la ropa de la primera cita, en los zapatos de la huida, en el pelo color carbón de una chica que pasaba por la calle.

Me la encontraba debajo de mi casa, en la penumbra de la entrada. Una rosa en una mano y un “perdona” en la boca. Y muchas promesas… Muchas.

– Será todo distinto –decía.

Aceptaba la rosa y le creía. Subía las escaleras con nuevas alas en los pies, con ganar de ponerme a caminar, de nuevo, a su lado. Cogía la rosa y la ponía en un jarrón. ¡Cuánta agua le daba, cuánta energía! Pero después de unos días se había marchitado y sabía a viejo. Nuestro amor era un poco como ella.

Las estrellas se pueden contar (versión lésbica)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora