Capítulo 22

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Los resultados, los definitivos, salen esta tarde.

– ¿Te ves con ánimos de ir? –me pregunta Carla por teléfono.

– ¿¡Otra vez!? Ya te he dicho que no voy a volver a poner los pies en ese colegio. Mándame un mensaje desde allí.

– No, Alice, no me parece bien.

– Mira, total, ya sé que me ha ido mal.

– No, Alice, no quiero ser yo quien te dé la noticia, yo nunca voy a darte malas noticias.

Sonrío, porque Carla es como una niña que dibuja el mundo y le gustaría borrar con goma todo lo que me hace sufrir, pero no existen gomas tan grandes.

– Vas a ir allí y me vas a enviar un mensaje con la estúpida nota… Si yo no tengo fuerzas para hacerlo, debes tenerlas tú por mí.

Ella suspira:

– Si me lo pones así…

El mensaje llega puntual, sin comentarios:

99/100

¡Qué tomadura de pelo!

¿A los demás cómo les ha ido?

Ella y Silvia Di Giosio han sacado 100, a Andrea le han puesto un 60 y a Ludovica, no se sabe cómo, un 80. Intento hablar de Silvia, para que parezca que, en el fondo, no me importa mi 99.

Qué buena es Silvia. ¡A fuerza de lamer traseros lo ha conseguido, la próxima vez que me la encuentre en el cine en vez de palomitas voy a tirarle piedras!

Carla se da cuenta de que juego al despiste. Quiere hablar de mí, antes o después habrá que hablar de ello, afrontar el tema, sin salir corriendo.

Tú tenías razón, el mundo de los adultos es un mundo de compromisos. Y basta con tener un poco de poder para anular los méritos.

Yo intento cortar el tema, dejarlo ahí.

No, Carla, tenía que ser así y ya está.

Nunca he creído en el destino, cada uno escribe el suyo. Pero esta vez me gusta pensar así, que era mi destino, que no me han quitado nada, me lima un poco la rabia, me calma.

No es verdad y lo sabes. Perdóname si me quedé sentada ese día, si no sospeché nada y no subí, si no entendí que querías salvarme, si me quedé callada mientras tú luchabas.

Basta, estoy cansada. Me siento como alguien que intenta mantener en equilibrio demasiadas cosas y entonces se le caen todas: el amor, la familia, la amistad, los exámenes… Otro mensaje llega con un pequeño retraso.

Te doy mi corazón… ¡Trátalo bien, es cosa tuya!

¡Es ella, Milla! ¡Estoy segura!

Una llamada sin preaviso.

– ¡Alice, contesta tú! –grita mi madre desde el salón.

Corro hasta el teléfono.

– ¿Diga?

– Buenas noches, ¿podría hablar con Alice Saricca?

– Soy yo.

– Hola, Alice, soy la profesora de física.

Me pongo con la espalda derecha.

– Ah, buenos días.

– Oye, me imagino que habrás ido a ver los resultados.

– No, pero los sé, me los ha dicho Carla.

– Alice, yo quería explicarte que no ha dependido de nosotros. Ha sido Malari quien se ha opuesto con tanta fuerza que hemos tenido que rendirnos. Ese 99 era cuestión de vida o muerte para él.

– Profesora, dígame una cosa… ¿Por qué no me defendió cuando Malari me machacaba en el oral?

– Alice, después de cinco años ya sabes cómo es, ¿no? ¿Qué podía hacer yo?

Y yo me he cansado de ese gente que no cree en nada, que ni siquiera tiene valor para respirar.

– ¿Sabes cuál es la verdad? Que la gente sólo lucha para sí misma… Y, sin embargo, las guerras en las que se combate por los demás son las mejores, porque tienen la fuerza de un ideal, puro, y no de un interés. Por mí no ha luchado nadie.

– ¡Perdóname! –dice.

– ¡Hasta la vista!

Cuelgo el teléfono, ya sé que no voy a volver a verla.

Las estrellas se pueden contar (versión lésbica)Where stories live. Discover now