Capítulo 10

81 2 0
                                    

Voy a mi habitación a prepararme la bolsa.

– ¿Adónde vas?

– A natación.

– ¿Cuándo son las competiciones?

– El domingo.

– ¿En qué compites?

Mi madre va haciéndome preguntas porque es demasiado difícil decir “perdona”. Tiene que ir dándole vueltas, pero no lo dirá nunca. Comprobará si todo sigue su curso, si se me ha pasado el disgusto. Yo fingiré que se me ha pasado y todo volverá a ser como antes.

– Cien metros libres.

Entonces lo intento, se lo digo:

– Oye que, el domingo, si te apetece, puedes venir a verme.

Ella se para, lo piensa, sacude la cabeza:

– No, no, tengo un montón de cosas que hacer…

Sigo preparándome la bolsa: gorro, gafas, bañador, albornoz, cepillo… Y entonces es ella quien pregunta:

– ¿Y cómo te va con Giorgia?

Me paro, lo pienso, sacudo la cabeza:

– Muy bien.

Termino de prepararme la bolsa. Y pienso que Carolina se equivoca, no hay ninguna emoción capaz de hacer que nos acerquemos. Estamos mal programadas: mi madre da un paso adelante y yo uno hacia atrás; yo doy un paso adelante y ella otro hacia atrás. Y si nuestros movimientos van tan descoordinados, es imposible que nos encontremos.

Un mensaje de Internet aparece en mi móvil. Es la primera vez que me manda un mensaje. Giorgia.

Hoy no has venido al colegio. Tengo que hablar contigo. Es todo un enorme, maldito equívoco… Contesta.

Sonrío con amargura y sacudo la cabeza. Apago el móvil. Ésta es mi respuesta.

– Sí, pero ¿es tu respuesta definitiva? –preguntan en uno de esos concursos de la tele que dan por la noche.

Y ya no estoy tan segura de esa respuesta. Y tampoco sé dónde está la verdad.

– ¡Un minuto y cincuenta y siete segundos!

El entrenador tiene el cronómetro en la mano y está nervioso. Recupero el aliento y me impulso con las piernas, me esfuerzo más.

– ¡Uno con cincuenta y tres! ¿Puedes espabilar, Alice?

Robo otra bocanada de aire y voy otra vez a tope, moviendo ligeros los brazos. Y Giorgia es como este agua, que no la puedes coger, que cuesta energía vivirla.

– ¡Venga! ¡De prisa!

Sí, el amor de Giorgia es así, un pavimento líquido sobre el que no puede construirse nada.

– ¡Mueve esos pies!

Me paro, me apoyo en la escalerita, recobro el aliento.

– ¿Me estás gastando una broma antes de la competición? El martes hiciste uno con doce…

Respiro a pleno pulmón, cojo todo el aire que puedo.

– ¿Me oyes, Alice?

Subo por la escalerita, salgo de la piscina, me quito el gorro.

– Basta –le digo cansada al cronómetro, al entrenador, a mí, que pienso demasiado.

– Alice, ¿adónde vas? ¡Mañana es la competición y los tiempos no son buenos!

Las estrellas se pueden contar (versión lésbica)Where stories live. Discover now