CAPÍTULO 3

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Tras llegar a casa después de la fiesta, Aníbal se retiró el primero y con cara de pocos amigos. Nieves trató de averiguar porqué se mostraba tan arisco, pero él la evitó y desapareció en el pasillo hacia su habitación.

―Cómo se pone ¿verdad? ―dijo con una sonrisa.

―¿Por qué lo importunas Nieves? ―preguntó Isabel.

―Sólo bromeo, pero Aníbal se lo toma todo tan a pecho ―exclamó.

"Quizá sea porque está enamorado de ti", pensó Isabel.

―En fin... ¿entramos a ver a Almudena para preguntarle cómo se encuentra? ―dudó Nieves.

―Mejor déjemosla descansar, seguro que mañana se siente mejor ―replicó Isabel.

Tal como había planeado, Almudena se retiró pronto de la fiesta en casa de los Saavedra, aunque tuvo que permitirle a Félix que la llevase a casa. La excusa de su indisposición repentina había resultado convincente y nadie le impidió marcharse, ni siquiera su padre, satisfecho al ver que el joven Saavedra la acompañaba.

Isabel cerró la puerta tras ella y respiró profundamente. Al fin estaba sola para poder pensar sobre el fortuito encuentro que vivió en la fiesta. Para pensar en Cristina, o mejor, para no hacerlo, no le haría ningún bien. Sacudió la cabeza y se concentró en quitarse el abrigo y vaciar el bolso sobre la cama. Entre el móvil, la cartera, el paquetito de pañuelos de papel y otras cosas apareció una especie de cartulina pequeña y arrugada. Cuando la desplegó se sorprendió al comprobar que era la tarjeta que Cristina le había dado en la fiesta. ¿En qué momento se la había guardado?, y más importante aún, ¿por qué lo había hecho?

―Menuda arrogante, ¿cómo se atrevió a proponerme algo así?, ¿y cómo se dio cuenta de que a mí...? ―Arrojó la tarjeta maltrecha a la papelera―, fue culpa mía, tendría que haber disimulado más al mirarla, qué tonta soy... ―se lamentó.

Isabel comprendió que ése había sido su error, y que Cristina sólo se había aprovechado de ello. Se avergonzó de sí misma, no podía ser tan obvia cuando se trataba de lo que sentía o deseaba, o de lo contrario, sus hermanas y hasta su padre podrían darse cuenta en el futuro, y entonces tendría problemas de verdad.

XXXXX

Almudena dejó una nota en la cocina antes de marcharse. Aníbal fue el único que la vio dejar la villa esa mañana, la saludó y se alegró de verla con muy buena cara. Ella dijo que pasear por el Retiro le sentaría muy bien y el joven no lo encontró extraño.

Cuando llegó a los vastos jardines se sentía un poco nerviosa. ¿Y si César no estaba como prometió?, ¿y si le daba plantón y no lo volvía a ver jamás?, ¿y si...? Pero sus elucubraciones mentales terminaron en cuanto sus ojos marrones localizaron al apuesto chico. La esperaba apoyado contra el tronco de un árbol y las manos metidas en los bolsillos de sus vaqueros. Almudena agitó la mano en alto y César sonrió desde la distancia al reconocerla. Se acercó corriendo y tras dudar unos segundos, la saludó besándola en las mejillas. Ella le devolvió los besos.

―¿Dónde está Odín?

―Hoy lo he dejado en casa, quiero centrarme totalmente en ti.

―Eso es todo un detalle ―replicó Almudena sin dejar de sonreír.

La cita comenzó con un largo paseo antes de sentarse en el césped para comer unos bocadillos que Almudena preparó esa misma mañana.

―¿Has estudiado Bellas Artes? ―preguntó César.

―No... en realidad estudié Arquitectura.

―¡Guau Arquitectura!, esa carrera debe ser difícil ―exclamó.

Cuando las lobas se enamoran [Crisabel]Where stories live. Discover now