CAPÍTULO 6

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―¿Qué? ―Fue lo único que acertó a decir.

―Me ofreciste tus servicios en la fiesta de los Saavedra, ¿recuerdas? ―dijo Isabel.

―Sí ―admitió.

Claro que lo recordaba, y también recordaba no haberlo dicho en serio. Nunca había trabajado con mujeres ni se lo había planteado. Pero aquella chica había tomado al pie de la letra sus palabras. Y en el fondo de su ser, sintió cierta decepción al ver que Isabel Lobo la consideraba como un cuerpo con el que acostarse, nada más, igual que hizo su padre.

―¿Entonces? ―insistió Isabel, haciendo a Cristina salir de sus pensamientos.

―Pero... ¿no sería mejor que explores tu sexualidad de una forma más convencional?, quiero decir, que salgas, que conozcas a alguien... ―sugirió la morena.

―No, no quiero hacer eso ―Cristina la miró extrañada―. Prefiero algo sin ningún tipo de lazos emocionales, que no haya posibilidad de que me enamore...

A Cristina le dolió un poco la explicación. Definitivamente, Isabel Lobo sólo veía en ella a una prostituta, un objeto, no una mujer por la que pudiera sentir algo especial.

―Me aterra la idea de poder enamorarme de una mujer y el sufrimiento que vendría después a causa de mi familia y de la sociedad en la que vivimos, no podría con eso.

―Entiendo... ―aseguró. Y era cierto, Cristina entendía la visión de las cosas de la joven, sobre todo, porque conocía bastante bien a su padre, Antonio Lobo.

―Necesito saber lo que es... necesito sentirlo al menos una vez... pero no puedo arriesgarme a implicarme emocionalmente ―Cristina escuchaba a Isabel con cierta sorpresa.

―¿Tú nunca has estado con una chica antes? ―Isabel bajó la mirada.

―No... nunca ―confesó en un susurro.

«Vaya, ya tenemos algo en común ―pensó Cristina con diversión.»

―A ver, para que yo me aclare... ―Isabel la miraba con atención― Te gustan las mujeres, pero nunca has estado con ninguna.

―Así es ―afirmó.

―Y quieres que yo sea tu primera amante.

―Sí... ―Los grandes ojos azules de Isabel rebosaban decisión.

―¿Por qué yo?... entiendo lo de que no hayan lazos afectivos, pero, hay muchas chicas que trabajan en lo mismo que yo...

―¡Tienes que ser tú! ―exclamó de pronto. Cristina la miró asombrada―, quiero que sea con alguien a quien desee, y yo...

―¿Tú...? ―la instó a seguir. A Cristina le estaba encantando por dónde iba la conversación. Isabel respiró hondo y clavó sus ojos en los verdosos de Cristina.

―Yo te deseo mucho... ―manifestó sin pudor― Quiero que sea contigo.

La combinación de aquella mirada impetuosa y esa voz profunda le afectó más de lo que cabría esperar de una mujer cansada de tratar con hombres deseosos de poseerla. ¿El ambiente se había cargado de pronto o era ella la que tenía problemas de respiración?, ¿aquella chica la había puesto nerviosa? Tomó aire, se reprochó a sí misma y recuperó la compostura antes de que Isabel pudiera notar nada.

―Desde luego, es una razón de peso ―musitó con su gracioso acento.

Cristina se volvió unos instantes hacia la ventanilla y pudo ver a Aníbal, que seguía en la acera, lanzando miradas al coche. Isabel callaba a su lado, así que pudo tomarse un momento para reflexionar.

Cuando las lobas se enamoran [Crisabel]Where stories live. Discover now