CAPÍTULO 27

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Lidia fue a buscar a Isabel a su habitación y se asomó por la puerta tras recibir su permiso.

—Isabel, tu padre quiere verte en su despacho —dijo la mujer.

—Vale, ahora voy —contestó Isabel.

Era bien entrada la noche, sus hermanas se habían retirado a sus habitaciones. Isabel dejó su móvil sobre la cama, extrañada por la ausencia de respuesta de su novia a su mensaje de buenas noches, y se dirigió al despacho de su padre, ignorando para qué la requería, pero sin preocuparse por eso. Cristina, por su parte, había logrado revivir su teléfono, pero Isabel ya no pudo leer ninguno de sus mensajes a tiempo.

—Hola, papá —saludó Isabel.

—Cierra la puerta —ordenó Lobo. Su hija le obedeció y se acercó hasta la mesa.

—Lidia me ha dicho que querías verme.

—Sé lo que estás haciendo últimamente, y con quien —pronunció con una seriedad que Isabel jamás le había contemplado. La joven tragó saliva con dificultad, no podía estar hablando de lo que temía—, este pendiente es de Cristina Osuna.

Lobo arrojó la pieza de joyería sobre la mesa, a la vista de Isabel, que estaba paralizada y no sabía cómo reaccionar. Jamás imaginó que aquello sucedería tan pronto.

—Papá... —musitó.

—Tus tonterías con esa mujerzuela se han terminado —sentenció con rotundidad.

—¿Qué?

—No volverás a verla nunca. —Lobo mantenía la compostura.

—No son tonterías... —empezó Isabel, recobrando el control sobre sí misma— y no voy a dejar de verla.

Lobo frunció el ceño. Una parte de él celebraba el carácter de su hija, pero otra lamentaba que decidiera sacarlo justo en ese momento. Tenía que hacerla entender que estar con esa mujer era lo peor que podía hacer. No había logrado convencer a Cristina de que se alejase de ella, pero con su hija no podía fallar.

—¿Quieres arruinar tu vida?, ¿y de paso arruinar la de toda la familia? —preguntó Lobo alzando un poco la voz—, ¿es que no te das cuenta del error que estás cometiendo?

—¿Error? —repitió Isabel. No estaba dispuesta a claudicar—, estar con ella es lo mejor que he hecho en mi vida. Y si me dejaras explicarte... —Isabel avanzó unos pasos y trató de tocar el brazo de su padre.

—¡No me toques, no se te ocurra tocarme! —exclamó Lobo repentinamente— ¿Crees que voy a felicitarte por revolcarte con una mujer?

—Papá, escúchame, por favor... —Isabel intentó de nuevo hablar con él. En el fondo, quería contarle todo, quería hacerle ver que lo que sentía por Cristina no era nada malo, pero su padre no estaba por la labor.

—Tenía la esperanza de que entraras en razón —Lobo hablaba mientras la miraba con una mezcla de asco y decepción—, pero veo que estás enferma, que no ha sido sólo cosa de ella. Necesitas ayuda, tienes que volver al buen camino.

—¿El buen camino? —preguntó Isabel con indignación.

—Tienes que dejar de verla y reconducir tu vida, tienes que casarte con un hombre y...

—Tengo que, tengo que, ¡tengo que! —chilló—, ¡¿y qué hay de lo que yo quiero?!

—Estás tan enferma que no eres capaz de pensar con claridad, definitivamente necesitas ayuda, y yo te la voy a dar.

Cuando las lobas se enamoran [Crisabel]Where stories live. Discover now