CAPÍTULO 26

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Isabel y Cristina salieron del local cogidas de la mano, ignorando al joven que las seguía a no mucha distancia, estaban demasiado sumidas en su propio mundo. De vez en cuando, se achuchaban un poco y se daban algún pico sin poder dejar de sonreír.

—¡Guapas, ¿queréis compañía?! —exclamó una voz masculina.

Isabel, molesta, se volvió hacia la voz. Se trataba de tres hombres que las miraban con sonrisas exageradas en sus caras medio alcoholizadas.

—No les hagas caso, Isabel —musitó Cristina—, vámonos —rogó.

La joven Lobo hizo caso a Cristina, continuó caminando a su lado, apresurando un poco el paso. Pero los tres tipos avanzaron hacia ellas y continuaron increpándolas.

—¡Oye morena, que mi amigo dice que le encantaría conocerte! —dijo uno.

—¡Yo estaré encantado de conocer a cualquiera de las dos! —exclamó otro.

Isabel apretaba el puño que tenía libre, Cristina se empezó a preocupar, pues conocía el carácter de su chica.

—¿Os lo montáis juntas? —añadió el tercero— ¡A mí no me importa, no soy celoso! —bramó riéndose, contagiando la risa a sus amigos.

Cristina le hizo señas para que no les hiciera caso, pero era tarde, Isabel había llegado al límite de su paciencia.

—¡Pero nosotras sí, lo siento! —replicó Isabel mirándolos— ¡No nos gusta compartirnos! —Les enseñó el dedo corazón y apretó el paso sin soltar a Cristina.

—¡¿De qué coño vas, zorra?! —gritó uno de los tipos, empezando a correr tras ellas—, ¡te voy a enseñar a respetar a un hombre!

Aquellas palabras cargadas de machismo y agresividad hicieron que le hirviera la sangre, pero no quería problemas y tenían las de perder, ellos eran tres, así que tiró de Cristina, corriendo delante de ellos.

—¡¿Además de zorra cobarde?! —chilló. Isabel volvió a girarse hacia ellos.

—¡Me temo que hoy tendréis que conformaros con vuestras manos derechas, o izquierdas si sois zurdos!

—¡Isabel! —exclamó Cristina asustada. Los tres hombres habían acelerado su carrera.

—¡Venga, corre! —chilló Isabel sin titubeos.

Los tipos iban ganando terreno. Respirar se volvía un poco dificultoso. Pero no podían detenerse o las atraparían. ¿Por qué Isabel había tenido que entrar en el juego?, se preguntaba Cristina.

La pareja sonrió, cuando, al doblar una esquina, vieron un taxi parado con la luz verde. Se metieron dentro del vehículo en tiempo récord y apresuraron al conductor para que se moviera de allí. Por la luna trasera, pudieron ver a los tres tipos hacer aspavientos con evidente rabia. En menos de un minuto, ya no los tenían detrás. Tampoco al joven que las había estado siguiendo y al que no habían visto en ningún momento.

—¿En qué estabas pensando, Isabel? —le reprochó Cristina, todavía intentando recuperar el aliento.

—No soporto a los hombres como esos —declaró entre jadeos rápidos.

—Yo tampoco, pero no voy arriesgándome así —aseguró la andaluza―, podría haberte hecho daño Isabel, ¡a las dos!

—Pero hemos sido más rápidas —afirmó con orgullo.

—Estás loca —exclamó Cristina con resignación.

―Sí... ¡loca por ti! ―Isabel tomó su barbilla y besó sus labios precipitadamente. El ligero enfado de Cristina se evaporó, no podía dejar de sonreír. Le encantaba ver a Isabel tan segura y valiente, aunque a veces pudiera pasarse de imprudente. Para eso estaba ella, para calmarla y que no cometiera locuras. El conductor les dedicó una mirada rápida por el retrovisor.

Cuando las lobas se enamoran [Crisabel]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora