CAPÍTULO 21

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Cristina la poseía con sus dedos. Isabel estaba totalmente descontrolada. Se estremecía, gemía y jadeaba, al ritmo de las embestidas de la morena, que había aprendido muy bien cómo le gustaba a la joven Lobo. Cristina sonrió cuando advirtió que Isabel estaba a punto de alcanzar el orgasmo, le fascinaba ese glorioso momento. Isabel llegó al clímax arqueando la espalda, y cuando se calmó un poco, besó los labios de Cristina, que se había inclinado sobre ella buscando su boca.

—Cristina...

Isabel tomó aire, Cristina estaba segura de que iba a decirle algo más. Sin embargo, la joven Lobo sólo suspiró, con cierta resignación. La morena no comprendió aquel gesto, y quiso recuperar el buen ambiente que habían tenido hasta ese instante.

—Me encanta verte disfrutar así —admitió Cristina. Isabel sonrió.

—Pues no creas que sólo vas a ver disfrutar tú —desafió Isabel—, que a mí tampoco se me da mal —añadió al tiempo que cogía impulso para echarse sobre Cristina, que se dejó hacer. Le encantaba cuando Isabel tomaba la iniciativa.

Después de que Isabel cumpliera su amenaza, viendo a Cristina sintiendo el máximo placer, y de que jugasen a desempatar durante casi dos horas, ambas se quedaron descansando en la cama. Isabel observaba el techo, mientras Cristina la observaba a ella, tumbada de costado. De pronto, Isabel comenzó a hablar sin pensar en quien la escuchaba.

—Antes, cuando estábamos... bueno, cuando estábamos manteniendo relaciones... he estado a punto de decirte algo.

—¿Y por qué no me lo has dicho? —preguntó Cristina, muerta de curiosidad.

—Porque... —La voz de Cristina le recordó quien la escuchaba— porque es una locura, no tiene ningún sentido —decía una Isabel acelerada y nerviosa— Lo mejor será que te pague por lo de esta noche y me vaya a casa. —Isabel salió de la cama, se puso la camiseta verde y empezó a buscar en su bolso.

Convencida de que aquellos encuentros nunca dejarían de ser una transacción económica para Cristina, le ofreció los billetes, la misma cantidad de dinero que las últimas veces. Para Cristina, todo aquello supuso un punto de inflexión en su comportamiento. Llevaba tiempo dudando, pero en aquel momento, sintió que no estaba equivocada, que Isabel Lobo sentía algo por ella. Había llegado la hora de no callar más, de no resignarse. Así que, no aceptó el pago.

―No... no lo quiero —exclamó con seriedad cuando llegó a su lado junto a la cama.

―Pero... —replicó una perpleja Isabel.

―No me interesa el dinero... me interesas tú... ―En el rostro de Isabel se dibujó una sonrisa entusiasta. ¿Es que acaso la morena sentía lo mismo que ella?

—Cristina, ¿qué?

—Dímelo, Isabel —rogó mientras tomaba sus manos y se las llevaba a los labios para besarlas. La joven Lobo temblaba, aquello tenía que ser un sueño, el mejor sueño de toda su vida—. Por favor, dímelo.

Cristina le dedicó su mirada verde esmeralda, titilante de emoción. Sus gestos y sus palabras habían disipado las últimas dudas que persistían en la mente de Isabel.

—Cristina, eres muy importante para mí... yo... —Isabel accedió a hablar, y su voz temblaba como todo su cuerpo. La morena contenía la respiración, anhelando las palabras que la liberarían definitivamente del yugo de la resignación— Te quiero.

Sólo ocho letras, que recorrieron todo su cuerpo y le hicieron sentir la mayor de las felicidades. Después de tanto tiempo pensando que era un sentimiento unilateral, que tendría que ocultarlo para siempre y renunciar a ella, Isabel le confesaba lo que tantas noches había soñado escuchar de su boca. Sintió que el pecho le iba a estallar, incapaz de contener tanta dicha. Entonces, enmarcó el rostro ilusionado de su amante y le sonrió.

Cuando las lobas se enamoran [Crisabel]Where stories live. Discover now