CAPÍTULO 16

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Había sido un lunes de lo más extraño. Esa cita con Isabel Lobo en la hacienda de su padre le había afectado demasiado. Aunque había intentado comportarse como siempre, Inés se lo había notado mientras hablaban por teléfono por la tarde. La rubia no dejaba de sorprenderse conforme su amiga le contaba el curioso encuentro con la joven Lobo. Un encuentro sin sexo, pero con momentos bastante especiales. Como cuando Isabel la socorrió al estar a punto de caerse del caballo, o cuando se sintió lo suficientemente libre y a gusto como para compartir con ella esa parte de su pasado que casi nadie conocía.

Ya por la noche, Cristina seguía recordando, y no podía dejar de sonreír mientras se quitaba el colgante del cuello frente al espejo. Después se quitó el pendiente de la oreja derecha y lo colocó cuidadosamente sobre el tocador. Entonces, su mano fue a buscar el otro pendiente, pero sus dedos no encontraron nada. La morena dedicó la mirada a su oreja izquierda, descubriendo con cierta molestia que lo había perdido. Se dio la vuelta y comenzó a mirar el suelo de la habitación. Repitió la misma operación con el resto de estancias de la casa y el mismo resultado vano, y su nivel de preocupación fue en aumento.

—Si no se me ha caído en casa... —reflexionaba en voz alta— Debí perderlo en la calle, cuando volvía de ver a Isabel, o... —Su rostro se descompuso— ¡o en la hacienda de Lobo!

Isabel estaba cenando cuando sonó su teléfono móvil. Afortunadamente, cenaba con sus hermanas, pues Lobo todavía no había vuelto de "Casa Grande". Cuando lo cogió y vio en la pantalla el nombre de Cristina se quedó aturdida, sin saber qué hacer. Deseaba contestarle, pero no quería levantar sospechas.

—¿Quién es? —preguntó Nieves sin demasiado interés. Almudena y Rosa observaban a Isabel en silencio, al igual que Aníbal.

—Una... amiga... —titubeó Isabel. Nieves se dio por satisfecha. Almudena no quiso darle importancia al gesto incómodo de su hermana. Rosa continuó observando a Isabel, sin decir una sola palabra. El teléfono seguía sonando.

—Pues contéstale, ¿no? —ordenó Nieves, ya un poco molesta por el ruido— Parece que tiene interés en hablar contigo.

—No será nada importante —dijo Isabel—, la llamaré después de cenar.

Aníbal había asistido a la escena convencido de que la llamada era de Cristina. ¿Qué otra persona podría haber alterado de esa manera a su mejor amiga?

Aquella noche, Isabel se saltó el postre, cosa rara en ella, y abandonó el comedor con cierta prisa, en dirección a su dormitorio.

—Isabel, relájate —sonó la voz de Aníbal a su espalda. La joven se volvió hacia él.

—¿Qué?

—La llamada era de Cristina, ¿verdad? —Aníbal avanzó unos pasos hasta estar junto a ella.

—Sí —admitió Isabel.

—Pues procura disimular mejor, porque te has puesto muy tensa durante la cena, y tus hermanas van a empezar a sospechar —explicaba mientras la cogía por los hombros con afecto—. Miedo me da que también tu padre sospeche si te ve así de alterada por una simple llamada.

—Tienes razón, he de calmarme —Isabel se abrazó a Aníbal con una sonrisa—. No sé qué haría sin ti.

Nieves pasó por el pasillo justo a tiempo para presenciar el cariñoso abrazo y su gesto se torció. Detuvo sus pasos y no dijo nada. Cuando Isabel y Aníbal se separaron, ella retomó el camino hacia su dormitorio, y el moreno caminó hasta pasar al lado de Nieves, dedicándole una sonrisa maliciosa, pues por su cara sabía que lo había visto con Isabel.

Cuando las lobas se enamoran [Crisabel]Where stories live. Discover now