CAPÍTULO 11

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En esta ocasión, Isabel había citado a Cristina en un hotel de pequeños apartamentos. Le resultó curioso pero tampoco le dio muchas vueltas. Lo importante es que la había llamado para volverse a ver. Aquel domingo hacía bastante frío, por eso, la morena llevaba un abrigo de paño, de color negro y numerosos botones, con el que se arrebujaba mientras caminaba por la acera.

Isabel había llegado media hora antes al lugar de encuentro. Quería tenerlo todo listo para cuando ella llegase. A partir de ahora, ella tendría el control de la situación, que para algo era quien pagaba. Cristina iba a notar el cambio que se había producido en su interior, en gran parte gracias a ella. La joven Lobo se asomó por la ventana, pero no la vio. Sin darse cuenta, cerró los ojos y su mano en torno a la cortina, y pequeños instantes vividos con aquella mujer asaltaron su mente, acelerándole el pulso y la respiración. Sus ojos azules se abrieron repentinamente, acompañados de una exhalación.

«Dios... cómo te deseo ―pensó―, quiero que llegues ya.»

Los dos toques en la puerta la hicieron saber que su anhelo se había cumplido, Cristina había llegado.

Isabel abrió y se encontró de frente con la sonrisa de Cristina. Se la devolvió de inmediato y la instó a entrar con la mano.

―Adelante.

―Gracias... ―Contestó con coquetería la morena al tiempo que se adentraba en el salón.

―Estás preciosa ―afirmó Isabel sin titubeos.

―Gracias otra vez ―replicó Cristina mientras dejaba su bolso sobre un sofá. Isabel se acercó hasta ella.

―Deja que te ayude... ―La joven le quitó el abrigo con cuidado. Cristina se dejaba hacer, encantada.

Pero, cuando Isabel tuvo las manos libres, rodeó su cintura, abrazándola por detrás y se apretó contra su cuerpo. Fue un gesto tan inesperado que a Cristina se le escapó un suspiro. Entonces, Isabel enterró la nariz entre sus cabellos negros.

―Me encanta tu perfume... ―musitó mientras sus manos se movían sobre su cintura―, qué ganas tenía de volver a verte.

Cristina no sabía lo que estaba ocurriendo, si era aquella voz aterciopelada, sus manos sobre su cuerpo o la mezcla de ambos lo que había hecho que su estómago se encogiese de manera incontrolable, como si fuera una adolescente con las hormonas revueltas.

Cristina respiró hondo para recuperar un poco de su legendario autocontrol y logró zafarse de las manos de la joven. Se volvió hacia ella con una sonrisa, ocultando el instante de desconcierto interior y volvió a su tono seductor.

―¿Es que hoy quieres llevar tú el control, Isabel Lobo? ―preguntó, clavando sus ojos verdes en los azules de Isabel.

―Ya lo estoy llevando, Cristina Osuna ―aseguró justo antes de atrapar su rostro y besar sus labios con ímpetu.

La morena le devolvió el beso sin dudarlo. Isabel supo que lo estaba haciendo bien y continuó con su avance apasionado. Besaba su cuello, sus mejillas, sus labios... alterando la respiración de Cristina y el ritmo de su corazón. Las manos de Isabel encontraron el camino por debajo de su blusa y comenzaron a acariciar su espalda, sus pechos, su cintura, mientras su boca devoraba la de Cristina. La morena estaba sorprendida y al mismo tiempo encantada con la actitud de la joven Lobo, le gustaba cómo la besaba y cómo la tocaba, ansiosa de ella y al mismo tiempo considerada, sin avasallarla, dándole pequeñas ocasiones para detenerla si así lo deseaba. Pero Cristina no deseaba parar a Isabel, todo lo contrario. Cuando las manos de la joven atraparon sus nalgas, apretándola contra su cuerpo, a Cristina se le escapó un gemido. Dieron varios pasos torpes hasta que la pared detuvo su avance.

Cuando las lobas se enamoran [Crisabel]Where stories live. Discover now