CAPÍTULO 12

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―Gracias... ―dijo Cristina. Pero Isabel parecía no entender.

―¿Por qué?

―Por atender mi herida.

―Es lo menos que podía hacer ―respondió la joven con una sonrisa―. Anda, siéntate en la mesa, yo termino la ensalada y sirvo los spaguettis, no te preocupes.

Cristina obedeció, encantada, y en pocos minutos ya estaban comiendo.

―¿Y tú? ―dijo repentinamente la morena.

―¿Qué?

―¿Te has visto con más mujeres? ―preguntó Cristina.

―¿Cómo? ―replicó Isabel con dificultad.

―Cualquiera diría que es la tercera vez que te acuestas con alguien... ―Isabel seguía callada y Cristina prosiguió― Has aprendido muy deprisa ―añadió sin demasiado rubor.

―Gracias... ―balbuceó Isabel con las mejillas sonrojadas.

Cristina sonrió satisfecha, por fin recuperaba un poco el control, eso la hizo sentirse cómoda. Además, la expresión de Isabel le resultaba realmente encantadora.

La joven Lobo no sabía cómo romper el hielo después de las pregunta de Cristina, y encontró la solución en la propia comida.

―¿Quieres postre?, tengo manzanas y yogures ―ofreció.

―Sí, gracias, un yogur, por favor.

Isabel se lo dio y se cogió otro para ella. Sus ojos azules bailaban entre la mesa y el rostro de Cristina. Intentaba mirarla con disimulo, pero Cristina la pillaba a menudo. Se dedicaron varias sonrisas en silencio. Era como si cada una de ellas quisiera decir algo pero no se atreviera a hacerlo. Cuando terminaron con el postre, Cristina se levantó de la mesa.

―Muchas gracias por invitarme a comer, la verdad es que te han salido muy bien los spaguettis, son de los mejores que he comido ―admitió.

―¿De verdad te han gustado? ―exclamó una emocionada Isabel.

―Claro que sí. ―La sonrisa de Cristina no dejaba lugar a dudas de la sinceridad de sus palabras.

Isabel le pagó por el tiempo juntas y acompañó a la morena hasta la puerta del apartamento. Esperaba estrechar la mano de Cristina para despedirse, pues así lo habían hecho en los encuentros anteriores.

―Hasta la próxima, Isabel ―Pero Cristina no le tendió su mano, se inclinó ligeramente y le besó la mejilla― «Gracias por la mañana de hoy».

―Adiós, Cristina.

En cuanto cerró la puerta, Isabel apoyó su espalda contra ella con el rostro iluminado de felicidad.

―Ha sido la mejor mañana de mi vida... ―suspiró.

Cristina se metió en su coche y arrancó el motor. De pronto, por su mente comenzaron a desfilar varios momentos que había compartido con Isabel Lobo ese mismo día.

«Cuando quieres, eres muy apasionada, arrebatada, y, al mismo tiempo, puedes ser tan tierna y delicada... ―pensaba― Eres una chica muy especial, Isabel.»

***

César empezaba a impacientarse, llevaba un tiempo trabajando para Lobo y todavía no había conseguido entrar en la casa de la hacienda, pero aquel lunes le llegó su oportunidad. Habían llegado las provisiones de comida para la quincena y era trabajo de los empleados el transportarlas hasta la cocina. César procuró estar cerca de las provisiones cuando Aníbal designó a los que las llevarían dentro de la casa, y fue elegido junto a dos hombres más.

Cuando las lobas se enamoran [Crisabel]Où les histoires vivent. Découvrez maintenant