Cuando las lobas se enamoran [Crisabel]

CAPÍTULO 15

Isabel la miraba, lamentando no haberse sabido contener con sus preguntas, pero Cristina empezó a hablar.

—Desde jovencita, he tenido siempre un sueño... —Sonrió con tristeza— Ser modelo.

Isabel abrió los ojos como platos, no esperaba un comienzo así, pero siguió callada, por nada del mundo quería que Cristina dejase de contarle sobre su pasado.

—La verdad es que no me gustaba estudiar, y mi familia y conocidos siempre me decían que era muy guapa, alta y delgada, como las modelos. Supongo que se me subió a la cabeza y me empeñé en hacerlo realidad.

—No me extraña que te dijeran esas cosas —aseguró Isabel de repente. Cristina la miró—, eres preciosa —añadió con una sonrisa. La morena le devolvió la sonrisa y después dirigió su mirada hacia la superficie del lago.

—Gracias, pero la belleza no es suficiente, Isabel —La joven Lobo pudo leer la tristeza en los ojos verdes de Cristina—. Yo era muy joven, y muy ingenua... y todo me salió mal —lamentó la morena con un gesto de amargura en su rostro.

De pronto, Isabel posó su mano sobre la de Cristina y la apretó ligeramente, quería hacerle sentir que no estaba sola, y que fuera lo que fuera lo que había vivido para llegar a convertirse en prostituta, formaba parte del pasado, y había quedado atrás. Cristina se sintió conmovida por aquel gesto, sus labios dibujaron una suave sonrisa y continuó hablando.

—¿Sabes qué es peor que ser ingenua? —preguntó. Isabel negó con la cabeza— Creerte que lo sabes todo... Dejé Huelva con dieciocho años, a pesar de que mis padres habían insistido en que esperase un poco más. Yo les decía que cuanto antes mejor, que si eras mayor las agencias no te querían contratar. No sé ni cómo conseguí convencerlos, e incluso me dieron un dinero para poder vivir un tiempo en Madrid hasta que consiguiera entrar en alguna agencia, y en casa, el dinero no sobraba precisamente, dármelo fue un esfuerzo para ellos —Isabel sabía, por cómo se iluminaban sus ojos mientras hablaba, que Cristina quería mucho a sus padres y le resultaba evidente que sentía mucho no haberles hecho caso—. El día que me marché de casa les quise tranquilizar demostrándoles lo lista que era, y les conté que había contactado con un representante de modelos de Madrid, que después de ver unas fotos mías, que le mandé por correo, quería conocerme.

Cristina posó sus ojos verdes sobre el rostro de Isabel.

—Y era verdad, había contactado con un tipo de Madrid, pero el muy desgraciado no era representante de modelos, más bien, estafador de jovencitas tontas.

Cristina llegó a Madrid ilusionada y convencida de que su sueño se haría pronto realidad. Se citó con el tipo que le aseguró trabajar en el mundo de la moda, y éste le prometió pruebas en varias agencias y unas clases de modelaje para preparar dichas pruebas, pero todo eso costaba dinero, mucho dinero. Cristina le entregó casi todo el dinero que sus padres le habían dado, convencida de su buena suerte por haber dado con él, pues se mostraba como todo un experto, hablando de diferentes diseñadores y top models del panorama nacional como si los conociera de toda la vida. Además, le aseguró que le lloverían las oportunidades, que le veía mucho potencial, pero que si quería empezar pronto en alguna agencia, lo mejor y más rápido era conocer a hombres del sector.

La joven Cristina no terminó de entender lo que el tipo le estaba proponiendo hasta que se vio a solas, en una habitación de hotel, con un tipo de casi la edad de su padre, reproduciendo una y otra vez las palabras de su representante en la cabeza: "en este mundo las cosas funcionan así, todas lo hacen, merecerá la pena, ya lo verás". No le apetecía nada acostarse con aquel desconocido, pero se suponía que era lo que debía hacer si quería alcanzar su sueño. A cambio de ese encuentro, ese hombre la recibiría en su agencia de modelos y comenzaría su nueva y exitosa vida. Aquello sólo era una pequeña piedra en el camino. No podía renunciar ahora que estaba tan cerca de conseguirlo, así que lo hizo.