Capítulo 4 - Liberado

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A veces me gustaría creer que aquel ser rubio de ojos sangrientos fue sólo parte de mi imaginación, pero lo cierto es que no lo fue. Yo estaba realmente consciente que lo que pasaba a mi alrededor, es más, fue antes de quedarme dormida; por lo tanto no fue cosa de mi imaginación.

Me dio escalofríos el solo hecho de pensar en el rostro de aquel pequeño y extraño ser.
Bueno, tal vez no era muy enano, pero me burlé de él por puro temor. Cuando siento miedo digo gilipolleces para hacer la escena más cómica y de alguna manera siento que el miedo se desvanece, al menos, una cuarta parte de él.

Las clases habían comenzado y las empecé con un bonito chichón en la cabeza. Mi madre me golpeó en la cabeza porque... «seguro iba a hacer una trastada, así que golpeaba antes de la cuenta».
¡No lo comprendo! Estoy sufriendo acoso familiar por parte de mi madre y mi padre no hace nada al respecto.
Cualquier día me vengaré...
Que va, seguro que me sigue pegando incluso cuando ella tenga noventa años, y yo seguiré temiéndole.

Me senté en el pupitre de la primera fila y los alumnos empezaban a mirarme.
¿Qué estaba ocurriendo? ¿Acaso nunca han visto a una niña?

La profesora hizo acto de presencia en la clase. Era notorio pues sus tacones resonaban en el suelo y daba dolor de cabeza extremo.

Se recolocó sus anteojos y, tan sólo con el hecho de mirarme, se le salieron los ojos de sus cuencas.
Bueno, tal vez no fue tan sádico, pero casi ocurre algo parcido.

—Señorita, quítese esa gorra ahora mismo. Es un insulto hacia el profesorado que usted lleve eso —ordenó la mujer sargento.

¿Acaso acababa de decir que con el simple hecho de llevar una gorra, la estaba insultando? ¿Y esta mujer es profesora? Al parecer le faltaba mucho que aprender...

Me levanté de mi asiento y carraspeé, decidida por lo que iba a decir.

—Perdone, señorita Rottenmeier, yo llevo gorra porque...

—¡Que se la quite ahora mismo! —rugió la señora, interrumpiendo mi valiente discurso.

Me asusté demasiado y me quité la gorra.

—A las chicas como tú se merecen un castigo —dijo y me dio con la tiza en la cabeza.

A vista de todos, tal vez hubiese sido un tizazo y nada más. No habría por qué preocuparse. Pero para mi, había sido como ver la galaxia completa, incluso los rincones más recónditos de ella jamás explorados por el hombre.
Esa odiosa mujer me había dado justo en el chichón que mi madre me hizo esta mañana, y no era un chichón cualquiera...
Iba a tirarle el libro de historia en la cabeza, pero por el bien de la mía, me volví a sentar en mi pupitre.

Por lo visto, aquí no dejan pasar ni una. Tienen a todos a raya.

Aquella gran mujer —y lo de «gran» no era exactamente por su gran corazón, sino más bien por su gran trasero— se sentó en la pobre silla que estaría sujetando a aquella gran mujer por cerca de una hora, y empezó a dar aquella típica charla del primer día de clase.

No podía escuchar a esa mujer. Me concentré en la silla. Admiraba aquella silla la cual sujetaba ese trasero... Deberían darle un diploma de honor, no creo que otra silla esté sufriendo tanto con esa.

...

En el almuerzo, una chica se acercó hasta mi. Parecía no tener amigos porque no la vi con nadie más, aunque tampoco estaba segura.

Let's play『Ben Drowned』Donde viven las historias. Descúbrelo ahora