Capítulo 8 - Tormenta

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A medida que iba oscureciendo, más nubes iban apareciendo, y mi miedo iba creciendo. Podría parecer que había hecho un poema, pero no; estos eran mis sentimientos.
Bajé a ver la televisión, pero parecía fallar.

—Es extraño, aún no ha empezado a hacer tormenta y ya está fallando la señal —comentó mi padre.

Bufé.
¿Y ahora qué podía hacer? Sin televisión, juego, ni salida... ¡no hay vida!

Me asomé a la vetana y vi cómo caían las primeras gotas de lluvia.
Me abracé a mi misma pensando en que pronto empezarían a parecer los truenos.

—¿Qué os apetece comer hoy? Podéis elegir —preguntó mi madre muy contenta.

Espera, ¿mi madre nos estaba dando la opción de elegir la cena? ¿y estaba sonriendo? Algo no huele bien.

—Tch, tch —llamé a mi padre y él se acercó a mi—. ¿Qué le ocurre? ¿tiene fiebre? —le susurré.

—No. Está así porque su prima le dijo que parecía más joven. Al parecer, le ha sentado bien un halago como ese —susurró mi padre, explicándome.

Asentí con la cabeza.
Ahora todo tenía sentido.

—Ya que estamos, me gustaría cenar pollo en salsa —propuse alegre.

—¡Lo haré con la salsa casera de la abuela! —exclamó mi madre alegremente.

No. La salsa casera no. ¡No!

—Mamá... Sabes... Adoro tu salsa casera, pero... —empecé a decir, no muy segura de mis palabras.

—¿Pero qué? —me dijo, apretando con fuerza los utensilios de comida y mirándome aterradoramente.

—Pero... ¿He dicho pero? —empecé a hacer una risa falsa que me salió de pena—, quería decir que sí. Pon esa fabulosa salsa —mentí mientras empezaba a tener sudores fríos.

Mi madre suavizó los rasgos de su cara hasta que volvió a sonreír.

—Verás lo bueno que va a estar —dijo.

Me fui directa al sofá, junto a mi padre.

—¿Hará esa salsa? —preguntó preocupado.

—Hará esa salsa —asentí.

Él se llevó las manos a la cabeza, desesperado.

Esa salsa sabía a vómito de tortuga. Debería estar prohibida en todo el mundo.

...

Los platos estaban en la mesa. El pollo parecía sabroso, en cambio la salsa parecía mierda de perro color verdosa.

—¡Que aproveche! —exclamó mi madre, empezando a comer alegremente.

Cada vez que veo a mi madre comer esa salsa sin poner alguna morisqueta, pienso en que ella es totalmente carente del sentido del gusto.

Pasé la vista hacia mi padre. Miraba la comida con preocupación.

—Vamos, cariño, prueba algo. Esta vez me ha salido súper buena —comentó mi madre, orgullosa de su labor.

Mi padre intento sonreír y dio su primer bocado.
Pude ver con exactitud cómo su cara iba palideciendo paulatinamente.

—¡Papá, no te mueras! —exclamé asustada.

—Tu padre está bien, es sólo que los nutrientes de la salsa están haciéndole efecto. Hace tiempo que tu padre no come verdura.

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