6. Emanuel

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―¿Sabés que así está bien? ―le digo a Alejo mientras miro el trabajo que está haciendo para la facultad.

―¿Bien en qué términos? Para aprobar, sí.

―¿No es el punto de la facultad? ―me río y Alejo se frustra.

Estudia diseño digital y, si me preguntan a mí, creo que es sólo un formalismo. La tiene re clara en el tema y trabaja como diseñador gráfico free lance hace bastante.

Alejo y yo somos amigos de toda la vida. Nacimos con unos meses de diferencia ―él es más grande― y vivimos toda la vida en el mismo barrio, en Pergamino, atrás del hospital San José.

No puedo mencionar un momento de mi existencia en el que no estuviese él. Nuestras familias son tan amigas como nosotros. La relación se dio rara, pero con los años se hizo inquebrantable. Es que yo soy hijo de madre soltera y me crie con ella y mis abuelos. Mi vieja me tuvo a los dieciséis y mi papá se borró del mapa. Alejo, en cambio, es el hijo que vino desfasado, cuando todos creían que la fábrica ya había cerrado. Ahí fue cuando mis abuelos y sus padres empezaron a compartir cosas. Pañales, sobre todo. Y nosotros, bueno, compartimos hasta la cuna.

―Hacé mate ―me manda y en lugar de enojarme le tiro con el repasador.

―Parate vos.

Sonríe al darse cuenta que acaba de mandonearme y pone la pava.

Mi celu vibra. Debería ignorarlo y enfocarme en mis apuntes de antropología, pero vamos, Rousseau no me lo está poniendo fácil.

Cuando leo el nombre de Martina, mi corazón pega un pequeño salto.

No voy a analizar eso.

Alejo llega con el mate y me mira extrañado. Mi cara me delata.

Martina está mal. Me doy cuenta por sus mensajes que algo malo pasó, algo que vas más allá de un bochazo.

Yo: saliendo...

Me cambio de ropa rápido y salgo disparado.

―¿Dónde vas? ―pregunta Alejo.

―A casa de Lore ―miento a medias y mi amigo clava sus ojos azules en mí. Es imposible mentirle al guacho este.

―Ok. Ponele.

―Ponele ¿qué?

―Nada. Avisá si te tengo que esperar para cenar ―dice y vuelve a su trabajo.

No puedo evitar sonreír.

Camino a casa de Lore ―Martina―, paso por Royal y compro chocolates y caramelos.

Cuando baja a abrirme, veo sus ojos rojos y no puedo evitar abrazarla. Siento como se pone algo incómoda en mis brazos.

―Gracias por venir, no quería molestar ―me dice en un murmullo mientras subimos por el ascensor.

―No. Me diste una excusa para dejar mis apuntes ―bromeo y me sonríe.

Entramos a su departamento y va directo a la cocina. La sigo y me apoyo contra el marco de la puerta a mirarla. Me sigue sorprendiendo lo hermosa que la encuentro. Hoy lleva el pelo atado en un rodete flojo y algunos bucles caen sin ton ni son fuera del broche, veo como los acomoda tras la oreja y me dan ganas de ser yo el que lo hace.

―¿Hago mate? ―pregunta tan bajito que me tengo que acercar para escucharla. Al hacerlo, siento que pega un respingo.

―Dale.

Entonces, me abrazó (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora