36. Martina

1.6K 220 82
                                    

En Ramallo me esperan los gritos.

Mi mamá llora y chilla y vuelve a llorar; mi papá hace silencio, a sabiendas que lo que diga será usado en su contra, y mi hermano se esconde.

En el portón de mi casa, una pintada con aerosol reza: «Cuánto por una mamada?». Trago el nudo que se me hizo en la garganta y pestañeo un par de veces para impedir que las lágrimas abandonen mis ojos ya rojos y se vayan por mis mejillas.

―¡Por fin te dignás a aparecer! ―espeta mi mamá al verme. Ni un hola, menos, un abrazo; no, me espera con una sarta de insultos. Como si ya no tuviese suficientes― ¡¿Cómo se te ocurre hacer una cosa así?! ¡¿Y con Darío, ni más ni menos?! Nunca pensé que serías tan atorranta. ¡Pero claro! ¿Cómo no vas a ser así? Con el ejemplo de tu padre yendo de putas...

―¡Conmigo no te metas! ―contesta mi viejo de mala manera―. Que la imagen de mina se la tendrías que haber dado vos ¡Si salió puta, por algo será! ¿no? Al final, la que se acuesta con mayores sos vos.

―¡Esto no tiene nada que ver con Gustavo...! ―se defiende mi mamá de la acusación con su jefe.

―¡No! ―interrumpo―. Esto no tiene nada que ver ni con Gustavo, ni con las novias de papá, tiene que ver con Darío y lo que me hizo.

―¿Lo que te hizo? ―increpa mi vieja sacada. Su rostro rojo demuestra cuán enojada está―. Hizo lo que cualquier tipo hubiese hecho con una pendeja que se le tira regalada, cogérsela.

―¡¿Qué?! ¿Eso es para vos lo que pasó? Tenía catorce años, mamá. ¡CATORCE! Y Ahora ese tipo al que defendés, acaba de apuñalar a otra persona...

―¡A tu novio, al que te coge ahora! Martina, no puedo creer que tengas el tupé de hacerte la ofendida. Todo esto pasó porque sos incapaz de mantener las piernas cerradas.

La impotencia se mezcla con la tristeza y, sobre todo, con la resignación, y empiezo a llorar. Saber de antemano que mis viejos no me apoyarían, no hacen la realidad más fácil de digerir.

―De nada sirven tus lágrimas ahora, Martina ―dice mi viejo con voz cansada y mi mamá despacha su bronca con él.

―De nada sirve porque ya nos están volviendo locos. Nos pintaron el portón, no paran de llamar por teléfono, tu hermano no puede ir al club... No nos dejan en paz un segundo, porque somos los padres de la puta de Ramallo.

―Yo no soy...

―¡No, Martina! No llorés. Sí, sos una puta, una atorranta y todo lo que están diciendo por ahí. Y además de eso, una pendeja de mierda. ¿Acaso te importa lo que pase con nosotros? ¿En qué terminó tu revolcón?

―¡No fue un revolcón! ―grito con tanta fuerza que me arde la garganta― ¡Tenía catorce años, era una nena! ¡Él abusó de mí!

Es la primera vez que admito abiertamente que fui abusada y eso hace que me duela la panza por el asco. Lo que Darío hizo conmigo fue abuso, lo dibuje como quiera. Usó su lugar en nuestra familia, su confianza y su madurez para obtener de mí favores sexuales que no estaba lista para dar.

―¿Abuso? ―inquiere atónita―. Martina, si sos lo suficientemente grande para abrir las piernas y cogerte un tipo, lo sos para hacerte responsable de tus cagadas. ¿Cómo pensás arreglar esto? ¿Eh? ¿Yéndote con el otro pendejo que te movés ahora? ―Para mi total sorpresa, mi mamá remata su acusación agarrándome del mentón con fuerza. Si mi papá no se acercaba para frenarla, estoy segura que se venía un sopapo.

―Voy a denunciarlo ―contesto―. Ya lo hice en Rosario y pedí una cautelar para que no se pueda volver a acercar a mí.

―¡¿Qué?! ―Alzan la voz los dos.

Entonces, me abrazó (Completa)Место, где живут истории. Откройте их для себя