25. Emanuel

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Estoy temblando.

La beso en los labios y jugueteo con ellos de manera suave. Quiero más, quiero ahondar con mi lengua en su boca, quiero tocarla en todos lados, quiero hacerle el amor. Ya.

No lo voy a hacer, por supuesto. No soy tan bestia.

En el medio de tanto amor, el odio que siento por Darío parece encenderse con la misma fuerza. De todas las posibilidades que barajé en estos meses de desesperación, ni la más absurda se aproxima a la realidad.

Martina fue abusada por su padrino. No importa como lo dibuje, las cosas son así.

Años y años de un hombre que con sus palabras fue forjando el carácter de una niña hasta hacerla dependiente de él, vulnerable y confundida. Como una inversión a futuro, como una cosa que se compra y se moldea a medida.

Jamás la amó. Yo lo hago y no cambiaría ni uno de sus bucles.

―¿Querés que te acompañe igual a tu casa? ―le pregunto y sigo desperdigando besos por toda su cara. La nariz, los cachetes esos que me vuelven loco, las pecas que tiene en las manzanitas, la frente que ahora está despejada por el rodete, el mentón que termina como un corazón... ― ¿Si mejor te quedás?

La acuesto en el futón y la rodeo con mis brazos. Sabía que nuestros problemas de altura estarían resueltos de manera horizontal.

―¿Y si vuelve Alejo? ―Alza apenas la cabeza que descansa en mi hombro para mirarme.

―Con lo celoso que se fue Damien esta noche, no va a volver hasta navidad ―bromeo―. Yo duermo en su cama y mañana desayunamos juntos. Te juro que me pongo el despertador...

Yo duermo hasta más tarde que ella, no supero a mi amigo que no conoce el concepto de «mañana», pero puedo admitir que desconozco el de «madrugada».

Asiente y yo siento que el corazón me late más rápido.

Sigo besándola un rato, sacándome las ganas de ella. No la quiero soltar nunca, quiero recordarle que voy a estar siempre, que ya no está sola y que tiene a quien recurrir.

No sólo yo, aunque nadie la ama más que yo; ahora estamos todos con ella. Alejo, Damien, Lore, mi familia cuando les cuente, la familia de Alejo que es como un nexo a la mía, todos vamos a estar con ella en cada paso que dé.

―Nunca más sola ―le murmuro en los labios y vuelvo a besarlos.

Martina me mira y sus ojos brillan con lágrimas. No quiero verla llorar de nuevo, así que, por hoy, voy a dejar de pensar en el hijo de puta ese. Esta noche estoy yo para ella y somos sólo nosotros dos.

La veo bostezar y la ayudo a ponerse de pie.

―Vení, vamos a la cama.

―Los vasos... ―se queja.

―Mañana los limpiamos. Ni que mi casa fuese un quirófano. ―Se ríe y vuelve a bostezar.

En la pieza, rebusco entre mis cajones y le alcanzo una remera mía. Va al baño a cambiarse y cuando aparece frente a mis ojos, tengo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no abalanzarme.

Le queda casi tan larga como un vestido. De hecho, estoy seguro de haber visto minas con polleras más cortas. La estira tapándose un poco más y yo sonrío.

―Mi cama es toda tuya ―le señalo la que da a la puerta. La que está contra la otra pared es la de Alejo. Se nota porque arriba está llena de dibujos hechos por él. Yo, en cambio, tengo sólo uno de su creación, los demás son láminas de artistas que me gustaron.

Entonces, me abrazó (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora