9. Martina

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Para el jueves, mi arrebato de valentía se desmorona.

Darío se dio cuenta de que cambié mis claves y estamos discutiendo desde la mañana. Llegué al punto de apagar el celular.

Cuando volví a prenderlo, amenazaba con venir a Rosario. Atendí. Peleamos. Lloré y empiezo a contemplar la salida fácil: volver a darle mis Passwords.

Ema me escribe y me dan ganas de llorar.

Me ovillo en la cama mientras hago un intento sobrehumano por no atender las llamadas.

La pelea de hoy fue casi tan fuerte como la que tuvimos cuando decidí venir a estudiar. Es que Darío me conoce bien, sabe cuando se esconde algo detrás de mi determinación.

Si bien casi siempre cedo, cuando no lo hago, es porque algo me importa demasiado.

A pesar de que los mensajes de Ema son de lo más inocentes, Darío va a poder leer la ilusión que me hacen en mis respuestas. Respuestas que ya no tengo para con él.

Miro el techo y pienso. Pienso sobre todo lo que me está pasando. Pienso sobre cómo tengo que cortar con ambos.

No puedo seguir con mi novio, eso es obvio. No estoy en condiciones de involucrarme emocionalmente con nadie más, eso también es obvio; y Ema significa un lazo, lo sé. No voy a poder tener algo casual, él nunca va a ser para mí el chico «clavo saca otro clavo» y, por lo tanto, aun si lograse salir de mi relación con Darío, no podría meterme de cabeza con Emanuel.

Tampoco es que sepa muy bien qué es lo que él está buscando.

Vuelvo a girar en la cama y le pego a la almohada.

Si me dice que no quiere nada serio, voy a sufrir. Si me dice que quiere algo serio, lo voy a hacer sufrir.

¿Dónde está el interruptor de emociones?

Me pongo bocabajo y pataleo.

Así me encuentra Lore.

―¿Otra vez el pelotudo? ―pregunta y se tira en la cama gemela a la mía.

La de ella tiene un edredón violeta y almohadones naranjas y la mía a la inversa, edredón naranja y almohadones violetas. Ahora las dos están sin tender y con ropa encima.

―Sí ―contesto y agrego―: entre otras cosas.

―¿Qué pasó ahora? ¿Te tiraste un pedo y no le preguntaste antes? ¿Cambiaste de marca de champú sin consultarle?

―Cambié mis claves ―confieso ya sin llorar.

―¿Tenía tus claves? No sé por qué me sorprendo. Hiciste re, pero re bien en cambiarlas.

―Hmm ―es lo único que me sale decir.

―Martina, en serio. Está mal que tenga tus claves...

―Ya sé. No es eso, es que...

―¿Qué? ―Se sienta en mi cama. La mía es la que da contra la pared, así que apoya la espalda contra ella y pasa las piernas sobre las mías.

―Lore... ¿Me prometés que no te vas a enojar? Bueno, supongo que no te puedo pedir eso. Es que... no quiero que pienses mal, no fue a propósito.

―Me estás preocupando. ―Se acuesta a mi lado y me abraza tipo cucharita. No creo que llegue el día que me acostumbre a sus demostraciones de afecto, así y todo, me reconfortan.

―Yo... Yo me hablo con Ema, y...

Se larga a reír a carcajadas. Me obliga a girarme y mirarla a la cara.

Entonces, me abrazó (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora