42. Martina

2.2K 232 104
                                    

Tengo unas ojeras que me las puedo patear. No pude pegar un ojo en toda la noche, y es que hoy es la cita en el juzgado para conseguir la orden.

Ayer Rogelio Campesini me llamó ―mejor dicho, a Ema, ya sabe que no siempre estoy accesible en mi celular― y coordinó una reunión para que repasemos juntos el caso. Para mi sorpresa, es bastante más amplio de lo que pensé.

El abogado, que ahora es pagado por mi abuela Elsa ya que mis viejos se negaron a hacerle juicio a Darío, juntó muchas pruebas y evidencias en el mes que pasó desde mi brote de depresión. Al parecer, el viejo chip mío no fue arrojado a la basura como pensé, sino pasado a un celular viejo en dónde Rogelio se encargó de constatar las llamadas y mensajes amenazadores que recibí por parte de mi ex.

No sólo eso, también agregó a la causa los daños psicológicos y el hecho de que no me haya podido presentar a la primera citación se adjuntó como prueba de mi «estado mental». Debo reconocer que me da algo de vergüenza, pero más importante es poder poner punto final a esto.

Dejo a Hannibal ovillado en mi almohada y voy a maquillarme al baño para no despertar a Ali; hago un intento por mejorar mi cara sin mucho éxito.

―Una foto mía sin maquillaje podría sumarse como evidencia ―ironizo mirándome al espejo. Ni las pecas se me dibujan de lo pálida que estoy.

La ropa es otro cantar; tengo que ir formal, pero la mayoría de mis prendas me quedan grande ahora. Debo haber bajado unos cuatro o cinco kilos en este mes. Opto por una pollera negra tubo, que al no marcar nada, tampoco se nota que me queda como una carpa, una camisa blanca y unas plataformas negras.

Prendo mi celu y empiezo a temblar. Me siento en el inodoro, con la puerta del baño abierta y escondo mi cabeza entre las piernas. Así me encuentra Damien.

―Martu, respirá ―me dice y me masajea la espalda―. Dale, uno, dos, tres ―cuenta mis inhalaciones.

―Ya estoy mejor.

―¿Tomás una? ―Me alcanza la cartera en dónde guardo el ansiolítico y niego con la cabeza―. ¿Segura?

―Sí. Me da mucho sueño y no quiero bostezar frente al juez ―me quejo―. Mejor me tomo un tilo o algo así.

Mi amigo se apura a poner la pava y yo salgo del baño en cuanto siento que las piernas me sostienen. Las plataformas no ayudan mucho, siento que pasaron años de la última vez que caminé arriba de esto.

―¿Ema a qué hora viene?

―No va a venir ―contesto y Damien me mira preocupado. Le sonrío para calmarlo―. No, no nos peleamos ni nada. Le pedí que no venga, quiero... necesito... ―Otra vez las palpitaciones.

―Hacerlo sola ―remata y me sirve el té. Le agradezco y me largo a reír cuando veo que se sirve un café con leche en la taza de Hello Kitty. Me guiña el ojo.

―¡Dios! No van a madurar más ustedes dos ¿no? ―lo cargo.

―No. Además, si ya es así de caprichosa cuando no le damos todos los gustos, imagínate si no existiese yo para pelearla.

―¡Te escuché pendejo! ―grita Ali y sale toda despeinada de su pieza―. ¡Dejá mi taza! ¡Es mía!

―Usá otra, ahora que soy gay me tienen que gustar estas cosas. Entendeme, me estoy adaptando.

―¡Sos un pelotudo! ―Pega un portazo en el baño. Un segundo después, abre y pregunta―: ¿Martu, terminaste? ¿lo puedo usar? ―con voz súper suave.

Asiento y no puedo evitar reírme en cuanto vuelve a cerrar la puerta.

―Mi hermana está loca.

Entonces, me abrazó (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora