44. Martina

1.9K 228 62
                                    

En el viaje de vuelta, me inunda una profunda paz. Acomodo mi cabeza en el hombro de Ema ―mejor dicho, en su brazo― y empiezo a dormitar.

Las cosas se van acomodando, aunque no sea como lo esperé. Ya no le tengo miedo a Darío, no de la forma que solía, al menos. Sé que puede lastimarme, pero también sé que no estoy atrapada.

Pase lo que pase, me siento tranquila. Hice lo que pude para remendar mis errores y salir adelante, la culpa con la que viví casi toda mi vida comienza a remitir y, por primera vez, siento que voy a logar salir adelante.

―Voy a buscar un trabajo ―le confieso a Ema que está mirando por la ventanilla. Vuelve sus ojos marrones hacia mí y me mira lleno de amor.

―¿Tus viejos no van a pasarte más guita?

―Sí, no es eso. Es que no quiero volver a sentirme así, tan vulnerable y dependiente. Necesito tener el control de mi vida, saber que puedo cortar con todo si veo que me hiere.

Me da un beso en la frente.

―Entiendo ―contesta al fin y no dice más nada.

Sé que me va a apoyar, incluso sin estar de acuerdo y eso me da confianza. Lo amo, lo amo de verdad. Hay una gran diferencia entre estar con alguien por necesidad y estar por elección y yo elijo a Emanuel Aguirre todos los días.

―¿Los chicos? ―pregunto cuando veo que empieza a contestar mensajes.

―Sí, están preocupados por lo de hoy a la mañana.

―¿Y si nos juntamos? ―propongo―. Es tarde, pero prefiero llegar agotada a casa y no pensar antes de dormir. Es la peor hora.

―Les digo ―Y manda un mensaje al grupo. Mi celu sigue apagado como casi siempre que estoy con Ema. La verdad, al margen de mi ansiedad, se siente bien estar menos conectada virtualmente; hace que me sienta más cerca de las personas que veo a diario.

Pasamos por mi departamento antes y me baño. Ema hace lo mismo en el suyo y nos volvemos a juntar para ir a casa de Damien.

A veces le doy la razón a Alishya, es un poco la casa del pueblo. Terminamos siempre ahí, porque es grande, tiene parrillero y Cristina es un amor. Además, a la mamá de los chicos le encanta que vayamos a su casa, ahora sé que, a Ernesto, su ex esposo, le molestaba que los amigos de su hijo hagan «bochinche» todo el tiempo y por eso la casa de Damien nunca fue un lugar de reunión. Hasta ahora.

Llegamos cerca de las siete. Abro con mi copia la primera puerta que da al pasillo, pero golpeo en la entrada a la casa ―a tanta confianza no llego―. Alejo nos abre y su rostro muestra una expresión divertida, casi diabólica.

―Pasen, pasen ―invita y cuando me saluda me da un fuerte abrazo.

La escena que se dibuja en el living nos desconcierta a Ema y a mí, Alejo sigue riendo. Damien tiene una cara de perro que mamita querida, de esas que a uno le advierten que no hay que molestar. Alishya está casi igual, sólo que, además de enojo, se nota desafío. Y, por último, Sebas, completamente incómodo.

―Hola ―saludamos Ema y yo con cautela. Nos gruñen por respuesta y Alejo ahoga otra risita.

―¿Mate? Con Damien trajimos unos budines riquísimos que nadie tocó ―se burla y yo lo sigo a la cocina.

Ema, que conoce mejor a su amigo, sonríe cómplice y se va a sentar como si la mesa no fuese un campo de batalla minado. Yo sigo sin entender nada.

―¿Qué pasó? ―pregunto a Alejo en un murmullo cuando vamos a la cocina a poner la pava. El guacho sigue intentando contener la risa y, a mi pesar, me contagia y sonrío sin saber por qué.

Entonces, me abrazó (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora