17. Emanuel

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Varias cosas que creí imposibles, pasaron.

Primero, mi amigo no me dijo «te lo dije». Por el contrario, me animó como nadie. Él, que siempre es el que me pide que ponga el freno, me dio un empujón.

Definitivamente, nos complementamos. Cuando él se cae, yo lo levanto. Ahora, él me sostiene a mí ―y, de paso, maneja un poco el freno que a mí me vino fallado de fábrica―.

Segundo, vuelvo a tener ilusiones. Sí, soy un boludo, no puedo evitarlo. Pero acá estoy, esperanzado de nuevo.

Tercero, Martina dejó al novio, aunque desde esa noche, no volvimos a hablar. Lo sé por Lorena; ambas estuvieron en Ramallo hasta hoy.

Cuarto, disfruto de limpiar el baño.

Raro ¿no?

―Sonreí ―dice Alejo desde la puerta y quiero matarlo.

Me sacó una foto el muy forro.

Estoy con mi bóxer de ananás y guantes amarillos.

Sí. Tengo un tema con la ropa interior. Es que, seamos honestos, los slips los inventaron en la inquisición como método de tortura, estoy seguro.

Los ajustaditos son molestos. ¿Por qué negarse la libertad? No lo entiendo.

El único problema con los calzoncillos cómodos es que vienen o de viejo o ridículos.

Por lo menos hoy llevo los ridículos; escrachado es una cosa, humillado es otra.

―Ni se te ocurra ―amenazo a sabiendas que no tengo chances.

Mi amigo larga la carcajada. Intento sacarle el celular antes que lo publique en Instagram y en Facebook, pero tengo los pies húmedos y si corro, lo más probable es que me desnuque.

―Pero si te combinan los guantes con los calzoncillos ―se burla y le tiro el trapo con lavandina.

Siento mi celu sonar a lo lejos con la alerta de la etiqueta.

Seguro mi abuela me llama en cinco minutos para burlarse. Empiezo a odiar a mi mejor amigo.

―Ya me la voy a cobrar. ―Me río yo también.

Alejo sube mi foto con una frase: «Siempre hay que apostar al amor», seguido de varios hashtags o «tren tropic».

―Ahí quedaron hongos ―me pincha. Baja la tapa del inodoro y se sienta a gozar de su victoria.

Él también está de buen humor. Desde la noche que me tuve que fumar a Alishya, Alejo y Damien se hablan a diario.

Dan un poco de envidia.

Termino de fregar y me pego una ducha. Huelo a Cif y lavandina por mucho jabón que me pase.

Cuando voy a la pieza a vestirme, veo a mi amigo con cara de pavo mirando el celular.

Lo que yo tengo de acelerado, él lo tiene de cauteloso. En lugar de invitar al flaco que le gusta ―y que, dicho sea de paso, ya está entregado― a salir, da vueltas y más vueltas con la excusa de que no quiere presionarlo.

Agarro mi teléfono para contestar los mil mensajes con cargadas que me llegaron y me voy al living a intentar estudiar.

Martina: Hola Ema...

Me quedo helado. Leo y vuelvo a leer el mensaje sin salir de mi asombro. Es la primera vez que toma la iniciativa y nada mejor para infundir renovadas fuerzas a mi determinación de salir con ella.

Ahora que está soltera.

Soltera. Soltera. Soltera.

Yo: Hola. Ya estás en Rosario?

Martina: Sí. Ema... podemos hablar?

Yo: Sí. Siempre.

Después de dar «enviar» caigo en lo entregado que sueno.

Bueno, no puede ser peor que decirle «te amo» y rebotar como un campeón ¿no? Ya me entregué, con moño y todo, esa noche. ¿Para qué jugarla de difícil ahora?

«Para que no te rompan el corazón de nuevo, boludo».

Ya estoy dando saltitos a la vez que ignoro a mi cerebro. «Pf... ¿qué sabrá ese?».

Martina: podés hoy a la noche?

Yo: Sí. Querés que cenemos?

Martina: dale.

Pongo la pava para hacer café instantáneo y aparece Alejo.

Él lo hace sin espuma, no sé muy bien como soy amigo de un monstruo así. En menos de un minuto se va a la compu con la taza en la mano.

Yo sigo batiendo hasta que se pone bien espeso y cremoso. También le agrego una gota de leche.

―Ponele «me gusta» ―le digo cuando me muestra el post de Damien.

Se ríe porque estaba por ponerle un «me encanta». Después soy yo el que está hasta las manos ¿eh?

Estoy tan ilusionado de nuevo que me pongo en plan cupido. No puedo evitarlo.

―¿Vas a hacer algo al respecto? ―pregunto al verlo indeciso.

―Pensaba en invitarlo a ver una peli.

―Si querés hoy, yo voy a la casa de Martina ―le cuento y sonrío.

Por supuesto, Alejo funciona como la voz de mi conciencia e intenta resguardarme el corazón que yo estoy tan dispuesto a dejar que pisoteen.

―Ema, en esta le doy la razón a Martina ―empieza a repetir su consejo. Ese que me costó mucho dolor no seguir.

―No la estoy presionando ―lo tranquilizo―. Y vos tampoco lo harías por invitar a Damien a ver una peli.

Y, aunque no lo crean, es la verdad, cambié de táctica; es que Alejo tiene razón, les juro que lo entiendo. Lo mío con Martina no va a ser mañana, ni pasado. Recién cortó con el boludo ese, perdón, Darío; si yo esperé un par de meses desde que terminé con Lorena para hablar con ella, con más razón Martina va a necesitar tiempo.

Sólo quiero estar ahí con ella. Quiero que sepa que sigo enamorado, que la estoy esperando, que no me fui ni me voy a ir salvo que ella me lo pida.

¿Y si de eso quiere hablar esta noche? ¿De no vernos más? ¿De cortar todo lazo conmigo?

No. No puede ser eso. Necesito creer que tengo una chance.

Necesito a Martina.

¡La puta madre! Estoy empezando a pensar que enamorarse es un deporte de riesgo.

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¡Sí! ¿De qué querrá hablar Martina? ¡Ay!

Yo, feliz como Ema, llegamos a los 2k ¡Wiiiii!

A limpiar el baño... jeje.

(No hay que apostar con Alejo, nunca, XD)

Pregunta de curiosa: ¿Alguno de los que lee esta historia no leyó la anterior?

¡Besos! Y ¡Muchas Gracias!

Entonces, me abrazó (Completa)Where stories live. Discover now