▲ Prólogo ▲

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"Dicen que los monstruos los creamos nosotros mismos, en nuestra cabeza y en lo más profundo del alma."

– ¿Lo tenemos?

– Lo tenemos, L.

– Bien, entonces entren a mi señal. Watari, ¿me recibes?

Elle Lawliet tuvo que pegar más su rostro contra la ventanilla del vehículo oscuro, sin perderse un solo detalle de los hombres que le acompañaban aquella noche. Todos ataviados con el uniforme correspondiente, armas en mano y listos para irrumpir en la vivienda.

Llevaba años tras el rastro del hombre que parecía desaparecer como el humo, aquel que le estaba costando un dolor de cabeza terrible y una frustración que jamás había sentido antes en su carrera como detective. A pesar de que Elle estaba retirado y no colaboraba con la policía, investigaba casos mas sombríos y extraños, esos que solía resolver gracias a su propio equipo de personas.

– Le recibo, L.

– A mi señal. Tres, dos... – sus hombres se movieron, preparados para echar la puerta abajo -.¡Adelante!

Ruido, voces y pasos agitados. Hubo movimiento y distorsión a la hora de comunicarse con sus hombres.

– ¿Le veis?

– No, nada. Ni rastro de él.

Apretó el comunicador con la mano,chirriando los dientes y con la mirada un poco perdida. ¿Cómo qué no estaba? ¿Y dónde diablos había ido?

– ¿Estáis seguros? ¡Una persona no desaparece así como así! El rastro llegaba hasta esta casa.

– ¡Lo sentimos! Pero aquí no... Un momento. Creo que tenemos algo pero...Diablos...Esto...¡Señor!¡Tiene que venir!

Lawliet frunció el ceño,comunicándose con Watari.

– ¿Watari? ¿Qué ocurre ahí dentro? ¿Qué ves?

El viejo comprobó las cámaras que dos de los hombres llevaban adheridas en sus cascos de protección, sin hablar durante unos segundos que a Elle se le hicieron bastante largos.

– Señorito L, debería entrar. Parece otro sujeto especial.

No necesitó escuchar nada más. Miró al hombre que se encargaba del vehículo y este le ofreció un chaleco anti balas y un par de guantes protectores. Lawliet sabia que si ninguno de los que estaba en la vivienda había dicho nada, es que no había peligro alguno. Pero nunca estaba de más ir sobre seguro.

Rápidamente salió del vehículo, caminando hacia la casa. Sus hombres le escoltaron por el interior y tuvo que cubrirse la boca y la nariz debido al olor nauseabundo del lugar. Olía a humedad y muerte, dos olores bastante familiares para el retirado detective que avanzaba cauteloso hacia lo que parecía el foco de atención.

La habitación era pequeña, una sala de estar con pocos muebles como dicta la costumbre japonesa. El televisor estaba encendido y el suelo pegajoso hacia que fuese difícil caminar con normalidad. Nadie dijo nada cuando Lawliet se encontró con la sobrecogedora escena.

En la esquina del fondo había un muchacho. Su cabello color castaño y largo hasta la cintura estaba enmarañado y muy sucio, enredado y ocultando gran parte de su cara. Temblaba y lloriqueaba, encogido contra si mismo y arañándose las rodillas nerviosamente, ajeno a la presencia de los que ahora le miraban.

Lawliet miró hacia el suelo, dándose cuenta de que a sus pies se hallaban los cuerpos de un hombre y una mujer, seguramente el matrimonio que vivía allí. No había rastro de sangre, ni golpes ni violencia. Si no fuese por el olor y el pésimo estado de descomposición en el que se encontraban, Lawliet pensaría que simplemente dormían.

– Encárguense de los cuerpos. Avisen a la policía.

– Como ordene, señor. ¿Qué hacemos con el chico?

Volvió a observar el cuerpo tembloroso del fondo, extrañado porque estuviese tapándose los oídos con fuerza como si sus voces fuesen demasiado para él. No pudo evitar fijarse en la gran S que había en el dorso de una de sus manos.

– De él me encargo yo – se llevó a los labios el pequeño comunicador de su chaleco –. Watari, ve preparando el helicóptero. Volvemos a la central de operaciones.

– Entendido.

Supuso que no corría ningún peligro, pero aún así Elle ordenó que dos hombres le acompañasen en aquel momento, por si acaso. Con los sujetos especiales nunca sabía que podría ocurrir.

Se acercó al chico y se puso de rodillas frente a él.

– ¿Me escuchas? Mi nombre es L. ¿Cuál es el tuyo? ¿Vives aquí?

El chico sufrió un espasmo tembloroso al escucharle tan cerca, casi pegado a su rostro. Protegiéndose, se ladeó de cara a la pared y arañó nervioso la superficie con las uñas. Lawliet se fijó en el estado que presentaban, rojas, heridas y algunas partidas.

Sin vacilar, extendió la mano hasta rozar muy levemente la del muchacho.

– Detente. Te harás daño.

La respuesta del chico fue un jadeo agónico, apartándose del contacto de Lawliet como si fuese el mismísimo infierno. Se movió tan bruscamente que Elle se echó hacia atrás debido a la impresión. Tragó saliva y su corazón se agitó cuando pudo ver al fin el rostro del chico sin que el cabello se interpusiese.

Tenia la cara extremadamente delgada, los labios resecos y en el cuello presentaba hematomas bastante graves. Realmente estaba en muy mal estado. Pero lo que mas le impactó fueron sus ojos, precisamente porque no pudo verlos. Un gran trozo de metal cubría sus párpados hasta las mejillas, rodeando su cabeza y firmemente cerrado a presión. Incluso pudo ver como debido a la fuerza y los bordes de aquel objeto, la piel del chico estaba herida e infectada, presentando un aspecto lamentable. Se preguntó que cosas habría tenido que soportar para llegar a ese extremo.

– ¿Cómo te llamas? Por favor, dímelo. No vamos a hacerte daño.

Se removió lloroso, intentando apartarse del detective sin conseguirlo. Su cuerpo estaba débil y el moverse solo empeoraba la situación. Elle miró a sus hombres e hizo un par de gestos con la mano, satisfecho cuando le entregaron el instrumental médico.

– Perdóname por esto, pero tienes que venir con nosotros.

Antes de que el chico pudiese reaccionar, Elle le suministró mediante una inyección un tranquilizante extremadamente potente, tanto que hizo que el muchacho perdiese las fuerzas y quedase inconsciente en pocos segundos.

– Ayudadme. Lo trasladaremos al avión.

– ¿Y que pasa con la policía? Están apunto de llegar.

– Él es asunto nuestro. Es un sujeto especial y no voy a permitir que la policía se haga cargo de este caso. Necesito que reaccione y una confesión.

– Entendido.

Sin perder más tiempo, llevaron con extremo cuidado al chico para trasladarlo al avión privado de Lawliet. Ahora mismo, aquel castaño era lo único que les conectaba con el hombre al que llevaban persiguiendo desde hacía años.


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Esta historia es algo oscura, a veces triste y angustiosa. No les prometo finalices felices para los protagonistas porque aún no lo tengo muy claro. Espero que la disfruten igualmente si buscan algo de acción y trama de investigación. Por supuesto, también hay espacio para mucho deseo y pasión entre los chicos ;)

Sujeto Nº 24Donde viven las historias. Descúbrelo ahora