III: Shuuri, no mientas

4.9K 718 409
                                    



Yuuri.

—El león esperó y esperó, pero la oveja no llegó. Fin —canturreé levantándome de la cama del pequeño.

—¡Qué feo cuento, Shuuri! Eres telible —murmuró con una sonora carcajada que resonó en su habitación—. Uno más.

—No, ya es tarde y los niños buenos duermen a esta hora —sentencié con una mirada seria, a pesar de que él me veía deseoso por seguir jugando.

—Yo no soy un niño bueno. —Se giró a su izquierda, acostándose de perfil y cerró los ojos—. Mami me regaña porque desobedezco.

—No, no es cierto. —Me arrodillé en el colchón, sumiéndolo, y acaricié sus cabellos, apartándolos de su linda cara—. Tú eres un niño hermoso.

—Shuuri, duerme conmigo —pidió en una súplica y se movió un poco para dejarme un espacio.

No estoy acostumbrado a que él descubra sus temores. Normalmente, Viktor me hubiera echado a patadas de su recámara. ¡No! Ni siquiera hubiese puesto un pie dentro. Sin embargo, hoy luce indefenso y no cuida sus debilidades, al contrario, permite que yo sane esas heridas que han aflorado en su corazón.

Debería sentirme superior porque cuando regrese a su edad, tendré armas para defenderme de sus insultos. ¿Por qué no me siento de esa forma? ¿Por qué estoy triste? Este Viktor, este niño que me ruega es tan distinto. No sé tratarlo porque aprendí a ignorarlo y, quizá, hasta lo lastimé con mi indiferencia.

Ahora soy consciente de los daños que pude haber causado en él. Yo soy mayor; mi madre, padre y hermana viven. Trabajo, estudio y estoy satisfecho de mis logros porque siempre han sido alabados por mi familia. Mis días son una rutina constante, pero tengo la dicha de compartir mi felicidad con las personas que amo.

—¿Te cuento una historia de terror? —pregunté recostándome con él, en una cama individual donde no cabíamos muy bien, pero era perfecta para los dos.

—¡No, Shuuri! Me dan miedo los fantasmas. —Se dio la vuelta y trepó encima de mí—. Shuuri, no te vayas en la madrugada —susurró apoyando su mejilla en mi pecho y con sus cortos brazos me rodeó.

Él no quiere que me vaya como su padre. No quiere que me escabulla a la una de la mañana, creyendo que ha caído en un agradable sueño. ¿Cuánto tiempo ha gritado en la oscuridad? ¿Cuánto tiempo luchó solo? Yo me reí de su amargura y arrogancia sin fijarme más allá de su apariencia.

Un mes transcurrió. Renuncié a mi trabajo y me mudé una temporada al apartamento de los Nikiforov. El señor Vladimir alistó sus maletas, se despidió de su adorable Vitya y viajó a Canadá, dispuesto a elaborar una cura.

Diciembre llegó pronto y Vitya no paraba de hacer muñecos de nieve en medio de las irregulares tormentas que azotaban con fiereza, obligando a los ciudadanos a no salir de sus hogares. A veces, encendía la chimenea, quemábamos bombones, preparaba chocolate y armábamos rompecabezas. Cada noche, después de un baño tibio que tomábamos juntos, lo vestía con su pijama favorita, le leía un cuento y dormíamos.

-n-

—¡Santos Shuuris! —exclamó masticando un pedazo de bolillo recién horneado—. Esta cosa es deliciosa.

—Comida de pobres —musité en voz baja, deseando que no me escuchara, pero sus oídos percibían hasta el más sutil tintineo.

—¿Eres pobre? De grande voy a mantenerte, no te preocupes —afirmó con una sonrisa en su rostro.

Mi niñeraTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon